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El blanco del Ártico invade la pantalla una y otra vez en el viaje que emprende Hayat, protagonista de Polaris: una capitana de barco que vive sus días recorriendo océanos, lejos de su hermana Leila, la única familia que tiene en Francia. En este relato personalísimo, la cámara de Ainara Vera sigue a su protagonista en todo momento, retratando un viaje de emancipación y redescubrimiento de las raíces filiales que tanto quiere dejar atrás, en aquella tierra firme a la que no desea volver. Una voz en off, la de la propia Hayat, aparece de vez en cuando y pone en palabras los pensamientos que habitan en su cabeza en un bucle eterno. Pensamientos que reflejan el dolor ocasionado por una herida profunda que nunca se ha sanado y que se remonta a la relación con su madre. Y en esta revisión de una relación de sangre entra en juego otra futura, cuando Hayat se entera de que su hermana está embarazada. Es precisamente este el punto sobre el que se articula la totalidad del relato, donde Hayat va revelando paulatinamente sus miedos y deseos más profundos sobre el sobrino ad portas de la vida.

La directora navarra recurre a códigos de la ficción para narrar esta historia verdadera de dos hermanas que se encuentran en una conjunción del pasado y del futuro, todo pasado por el filtro de la reflexión en torno a las relaciones maternofiliales. Ese afán por mezclar distintos lenguajes (propios de la ficción y de la no ficción) es lo que hace que Polaris nunca parezca encontrar su norte del todo. Sin embargo, si el film tiene un acierto es el de mostrar estas relaciones justamente más allá de las figuras de madre e hija, poniendo el foco en un vínculo horizontal –el de hermanas que comparten un mismo dolor– en lugar de uno vertical. A esto se le suma, además, la representación de identidades femeninas fuera de lo normativo, con una protagonista que no sólo es una mujer árabe, sino que es también la cabeza de una tripulación conformada enteramente por hombres. Así, retos del presente se acumulan con los retos del pasado y del futuro, en el intento de Hayat por encontrar un destino distinto al lugar del que ha partido. Un destino físico, pero también, y, sobre todo, espiritual.