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Segunda entrega de Hong Sansoo en lo que va de 2022 (tras The Novelist’s Film, estrenada en la Berlinale), después de haber ofrecido otras dos en 2021 (Introduction y Delante de ti), la filmografía del prolífico cineasta coreano sigue avanzando por un camino de progresiva madurez, audacia y depuración al mismo tiempo. De madurez, porque sus realizaciones de los últimos cinco años (con piezas tan emblemáticas como En la playa sola de noche, Grass, El hotel a orillas del río o Delante de ti) dibujan una evolución atravesada por una creciente melancolía otoñal y por una mirada de progresiva serenidad cada vez más amplia y abierta en su retrato de los personajes. De audacia, porque cada peldaño asume nuevos y desconocidos retos, entre los que no es precisamente el más pequeño la propuesta de ofrecer, esta vez, lo que podríamos calificar sin ambages como un película cubista (en el sentido estricto que tiene el movimiento pictórico del mismo nombre), puesto que Walk Up está conformada por diferentes piezas, o caras, si prefiere, que se superponen entre sí hasta configurar ese edificio de tres pisos (el inmueble que concentra toda la acción), en cada uno de los cuales transcurren las diferentes escenas de las que no podemos estar completamente seguros de que transcurran de forma sucesiva, ni de que pertenezcan al mismo tiempo narrativo. Como si se tratara de un juego lúdico en el que se combinan cuatro elementos tomados tres en tres o de dos en dos, esas piezas del puzle también se podrían intercambiar entre sí y quizás nos encontráramos entonces con otra película diferente, pero igual de sugerente y de misteriosa.

Como siempre en su cine, esa posibilidad (esos huecos, esa extrañeza, esas ‘fallas’ temporales) no se hacen nunca explícitas. Están ahí sugeridas por unas extrañas elipsis nunca marcadas de manera convencional, por el cambio de decorado y por la percepción a la que podemos llegar al cabo de un buen rato de cada una de esas conversaciones. Y hablábamos antes también de depuración, puesto que Hong Sangsoo parece determinado a trabajar cada vez más en familia, con menos elementos y con la menor retórica formal posible. Aquí, él mismo firma el guion, la dirección y el montaje, mientras que su mujer (Kim Minhee) firma la producción y la fotografía), toda la acción transcurre prácticamente sin salir del edificio, la película está fotografiada en blanco y negro y filmada íntegramente en riguroso plano fijo, sin un solo movimiento de cámara y sin un solo zoom (un movimiento de óptica tan frecuente en su cine de épocas anteriores y cada vez más escaso en sus trabajos más recientes).

El resultado es, nuevamente, un lúdico puzle en el que un director de cine (casi un alter ego del cineasta en cuanto a su concepción de la creación fílmica, lo que le permite incluir alguna punzante y divertida pulla a esos ‘graduados de centros pijos’ que evalúan los proyectos de películas solo en función del dinero) visita en compañía de su hija a una antigua amiga, decoradora de interiores. Esta les enseña una por una las tres plantas del edificio y después, tras la primera y desconcertante elipsis (la primera ‘grieta’ temporal del relato), el protagonista vuelve a ‘subir’ sucesivamente los mismos pisos en las tres grandes escenas posteriores de las que ya nunca sabremos si realmente se suceden o no cronológicamente, incluida una conversación en off durante un supuesto sueño y una deslumbrante elipsis final, todavía más misteriosa, por el simple procedimiento de entrar y salir del mismo coche, a la puerta del edificio, casi sin solución de continuidad. Ahora que ha cambiado el soju por el vino para regar las conversaciones entre sus personajes, Hong Sangsoo nos invita esta vez a entrar en un sugerente cubo de Rubik que resulta tan divertido como placentero. Aceptamos el juego.

Carlos F. Heredero