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Una saga familiar que a la vez niega los mecanismos de ese subgénero narrativo, Un petit frère es el segundo largometraje de Léonor Serraille, diríase que epítome de la nueva corrección –no solo política— que se está adueñando del cine europeo. No se puede decir que sea una mala película, pero tampoco lo contrario. Jamás incide en infamias formales de gran calado, y sin embargo nunca va más allá de evitarlas. Tiene un punto de partida intachable, como es contar la historia de una madre emigrante y sus dos hijos en la Francia de los últimos cuarenta años, e incluso es capaz de adoptar una perspectiva más o menos rigurosa, pero también esa decisión acaba mecanizándose, deviniendo pura fórmula…  Un petit frère es cine histórico que se centra no solo en los personajes, sino sobre todo en los primeros planos, para elaborar una crónica que podría parecer de más amplio alcance –desde el momento en que estamos hablando del destino de las colonias, en este caso Costa de Marfil, integradas en la Francia moderna— y no obstante acaba desplegando un radio de acción muy limitado, presentándolo todo desde unas figuras de estilo que empiezan pareciendo innovadoras y luego no hacen más que repetirse.

Este sí-pero-no se centra en lo que se podría denominar la difuminación del trasfondo, tanto histórico como ambiental. Es decir, lo único que vemos son los personajes o sus interacciones, y nos enteramos de que la madre y luego los hijos se enamoran o cambian de vida a través de elipsis tan fulgurantes como previsibles. A su vez, ello puede resultar atractivo en determinados momentos, pero es un tanto tramposo en otros; juega a la sugerencia cuando en realidad lo que quiere es ahorrarse decisiones dramáticas que son ineludibles, o a las que debería haberse enfrentado sin dudarlo un instante. ¿Cine valiente o cine cobarde?  A mí me da lo mismo, pues dudo que se trate de eso, pero si hay algo que creo fervientemente es que una película nunca puede pretender más de lo que da, ni aparentar más de lo que es. Y en eso Un petit frère no tiene mucho que ofrecer: su desbordamiento narrativo viene frenado no por un verdadero trabajo de puesta en escena, sino por una serie de trucos que finalmente –ay– son los que acaban dando la cara, con la consiguiente decepción por parte de esa audiencia que siempre pide algo más que buenas intenciones.