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Tesalónica, como ciudad y como festival, mantiene una poderosa capacidad para evocar la figura de Theo Angelopoulos. Él fue durante años presidente del Festival y ahora el premio principal lleva su nombre. En esta edición –la que hace sesenta y tres– se le ha recordado, además, con dos exposiciones con motivo del décimo aniversario del accidente que le costó la vida.

En la primera de ellas, una docena de artistas plásticos han aceptado el encargo del festival para exponer una obra que tomara como referencia el primer largometraje de Angelopoulos: Reconstrucción (Anaparastasi,1970) que tuvo su presentación en este mismo festival.

La segunda estaba formada por veinte fotografías de gran formato del fotógrafo Nikos Nikolopoulos tomadas durante el rodaje de El otro mar, la película que estaba rodando Angelopoulos cuando fue atropellado.

El lugar donde se exponían las fotos era el mismo, aunque en un edificio de nueva planta, donde se desarrollaba la fiesta que ocupa la última cuarta parte de Viaje a Citera; a cincuenta metros de donde surgía la mano gigante de Paisaje en la niebla o de donde zarpó el barco azul que quiso fotografiar uno de los hermanos Manakis en La mirada de Ulises; también en ese mismo lugar se había despertado su protagonista tras la maravillosa escena de Constanza, en la que se sucedían ininterrumpidamente los años nuevos. A unos cien metros de esas fotos se había celebrado, también, la boda de La eternidad y un día y desde un poquito más allá partía el barco que llevaba hacia América a Spiros en Eleni. A doscientos metros aparecerían media docena más de planos y si ampliamos el radio a los quinientos, no bajaríamos ya de la docena.

Curiosamente, entre las fotos que se exponían no había ninguna que hubiera sido tomada en Tesalónica, sino en el Pireo, donde fue atropellado Angelopoulos. La financiación de El otro mar le había costado más de lo habitual, sus dos últimos largometrajes no habían tenido el resultado esperado y eso dificultaba levantar la producción. Iba a ser, probablemente, su última película y en ella reflexionaba sobre la penúltima crisis que había llevado a Grecia hasta el colapso y el expolio por parte de los llamados ‘creditores’. En ella se recuperaba la figura de Bertolt Brecht, a través de un montaje teatral de La ópera de cuatro cuartos que protagonizaba la protagonista del film, conjuntamente a un grupo de inmigrantes. Angelopoulos, a quien le gustaba subrayar que con sus últimas películas había trazado un camino de vuelta de Brecht a Aristóteles, recuperaba ahora, en ciertos aspectos, una de las referencias más determinantes de su mejor cine.

Sobre el resto del festival, una abundante presencia del cine español, tanto del recientemente presentado en San Sebastián (MantícoraAs BestasGirasoles silvestresSuro La consagración de la primavera) como del que contaba ya con más meses de rodaje (PacifictionCinco lobitos o La voluntaria). Las coyunturas de la programación me llevaron a ver hasta tres películas colombianas. Con dos de ellas (Un varón, de Fabian Hernández y Los reyes del mundo, de Laura Mora) tuve la desagradable impresión de que estaban haciendo lo que pensaban que nosotros, los europeos, pensábamos que tenían que hacer los colombianos.

Trenque Lauquen. Caiman Ediciones

Pero si me llevo una película como un auténtico tesoro, esa es Trenque Lauquen, dirigida por Laura Citarella, producida por El Pampero Cine y muy cercana al cine de Mariano Llinás que aquí figura como asesor en el guion y el montaje. Un gozo narrativo que, por encima de todo, me transmitió el disfrute por inventar y dar forma a unas historias que brotan con una naturalidad desconcertante. Frente a una experiencia así, más allá de cualquier reflexión metanarrativa, uno se siente como un niño dispuesto a dejarse llevar por una pantalla de la que parecen surgir relatos como por arte de magia.

La revalorización de la oralidad para dar forma y protagonismo al relato cinematográfico que están llevando a cabo desde El Pampero Cine me parece una de las aportaciones más luminosas de los últimos años en el cinematográfico, en una línea en la que tampoco podemos olvidarnos del cine de Eric Pauwels.

Pere Alberó