La primera película de Paolo Taviani sin su hermano Vittorio –lo que podría ser el inicio de una nueva filmografía si el tiempo no jugara tan en contra— plantea una serie de problemas críticos de difícil solución. Para empezar, los Taviani ya habían coincidido con Pirandello en Kaos (1984), por lo menos, un film de episodios con no pocos elementos en común con Leonora addio. Y en segundo lugar, esa misma condición fragmentaria forma parte de la modernidad de su cine, que ahora se renueva y se despliega en esta nueva propuesta, sin duda crepuscular e incluso puede que póstuma, por lo menos en lo que a la ausencia de Vittorio se refiere. ¿Hubiera sido lo mismo de sobrevivir también este último? ¿Y qué novedades ofrece en un sentido estricto, más allá del trabajo de archivo que rescata, a modo de contrapunto, algunos fragmentos del más ilustre cine neorrealista? Yo diría que ninguna, que todo sigue igual: Leonora addio recrea los últimos momentos de la vida de Pirandello pero también de su primera posteridad, si entendemos por ello las peripecias que afectaron a sus cenizas, conducidas de aquí para allá por diversas circunstancias, un trayecto que la película recrea en su primera parte en blanco y negro. Y no contenta con ello, la película introduce en su segunda parte la singular adaptación de uno de los últimos cuentos del autor italiano, “El clavo”, que sirve para desviar y a la vez redondear la propuesta, en un juego ficcional que acaba abriendo más puertas en lugar de cerrarlas todas.

La clave del film reside en las palabras que pronuncia el muchachito protagonista de la adaptación de “El clavo”, asesino de una niña a la que ni siquiera conoce: tanto ella misma como el clavo con que la mata estaban ahí por algo, cómplices de un destino implacable incapaz de esconder sus cartas. De la misma manera, Leonora addio también existe porque no puede ser de otra manera, porque el último de los Taviani se lo debía a Pirandello y viceversa. El núcleo del film es la muerte, su inevitabilidad y su belleza insomne, un misterio siempre sin aclarar. Y de ahí que la primera parte gire alrededor de unas cenizas que son las del literato pero también las del cine, por lo menos el cine de los Taviani y lo que representa, una modernidad sin relevo posible. Cuando, tras la comparecencia de “El clavo”, se produce la posibilidad de una nueva narrativa, todo regresa al color y al relato, a la ficción en estado puro que siempre estuvo en la base del cine de los dos hermanos pese a su sensibilidad post-neorrealista… En este sentido, es cierto que la puesta en escena resulta tan académica en blanco y negro como en color, en la recreación como en la adaptación. Pero también es verdad que ese estilo pasado de moda, plano y aburrido, es la razón de ser del film, algo así como un gesto de resistencia, como si se tratara de un universo que debe pero no quiere morir. Leonora addio no es una buena película, pero puede que sea esa misma insuficiencia la que convierte en valioso ese universo cerrado sobre sí mismo, ese mundo cultural que se apaga y cuyos últimos fulgores brillan aquí quizá por última vez.