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En Un monde, el primer largometraje de Laura Wandel, la omnipresencia del espacio anula la posibilidad del tiempo. La pequeña Nora empieza a asistir a la escuela primaria y lo único que puede hacer es mirar a su alrededor, construir lugares en los que moverse y delimitar su territorio. Y lo mismo hace el film, que la sigue a todas partes sin preguntarse nunca adónde va, pegada a su figura menuda y nerviosa hasta tal punto que todo lo demás queda en el exterior del encuadre, por mucho que a veces otros personajes lo invadan parcial y provisionalmente. Nora asiste así a la humillación de su hermano mayor, al que otros compañeros pegan y vejan, y a la evolución de un microcosmos –un mundo, en efecto— en el que primero se siente perdida pero en el que poco a poco aprende a desenvolverse y sobrevivir, aunque sea a costa de perder su inocencia. Y todo ese entramado laberíntico de sitios y situaciones forman rutinas, repeticiones que acaban flotando en un tiempo sin tiempo, suspendido o cancelado: el aparente naturalismo del film se convierte de este modo en un estilo de contornos imprecisos, como los bordes de cada uno de sus planos.

Puede que en Un monde la sombra de los hermanos Dardenne sea demasiado alargada. También es posible que no invente nada, que todo lo que propone lo hayamos visto en otras películas de tema y estilo parecidos, y que en consecuencia, por lo menos a ratos, parezca un film un tanto mimético e impersonal. Pero ¿qué es eso en comparación con las conmociones que provoca, con la mirada primero límpida y luego enturbiada de Nora (la pequeña Maya Vanderbeque, asombrosa actriz), con la violencia nunca endulzada ni condescendiente de algunas escenas? Pues Wandel combina, sin esfuerzo aparente, brutalidad y comprensión, desapego y delicadeza, de nuevo moviéndose en límites siempre fugaces e imprecisos. No hay aquí condenas ni redenciones, ni tampoco metáfora alguna. Solo una niña que primero cree estar en el centro de una puesta en escena orquestada para su malestar y luego va aprendiendo que ella es quien en realidad lo controla todo, aunque ese control acabe amalgamando el bien y el mal en dosis semejantes. Un monde es el universo en el que cabe todo eso: una película que, a pesar de su aparente contención, acaba desbordándose y arrastrándonos con ella.