Simón es sometido a las mismas tres cuestiones al inicio y al final del largometraje: “¿Cómo te llamas?”, “qué edad tienes?” y, “¿tienes el certificado de discapacidad?”. El muchacho contesta: “Simón”, “veintiuno” y “no”, para, a continuación, enumerar sus limitadas habilidades cognitivas. La ópera prima del argentino Federico Luis Tachella pone sobre la mesa el hastío vital de Simón, un estancado actor de teatro, y su problemático deseo de conseguir un documento de discapacidad que, como un amuleto, atraiga un mayor número de oportunidades. Los movimientos erráticos de cabeza y ojos, y las facciones apenas responsivas al estímulo que el chico imita, siguiendo las instrucciones de Pehuén, un amigo con diversidad funcional, plantean esta condición como una vía de escape a la realidad de Simón, así como un complejo ejercicio de cuestionamiento moral con lo proyectado en pantalla. La ambigüedad embriaga esta cinta coral en la que la vida es moldeada en base a la voluntad, lejos de padres y trabajadores sociales, del mismo Pehuén, o Colo, una joven con síndrome de Down, entre otros sujetos que conforman la found family de Simón. Simón de la montaña se compromete a la tridimensionalidad de sus sujetos, sumido en un ejercicio tan delicado como valiente que repudia el buenismo con el que se enfunda a este sector de la población: el libre albedrío, las relaciones de índole amorosa, las frecuentes riñas y las contradicciones de Colo, injusta con el resto de chicas por su enamoramiento con Simón, evidencian una agrupación viva, con curiosidad adolescente e inquina súbita, capaz de liarse un cigarrillo con cualquier papel emitido por alguna institución pública.

Elena del Olmo Andrade