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Para acercarnos al complejo y apasionante proyecto que supone en todos los sentidos el nuevo film de Miguel Gomes conviene adentrarnos primero en su genealogía. La idea surge en la mente del cineasta tras leer The Gentleman in the Parlour, de Somerset Maugham, en dos de cuyas páginas se cuenta la historia de un inglés residente en Birmania que decide escapar de su novia y recorrer diferentes países asiáticos antes de verse atrapado en el matrimonio. Gomes sabe que aquel relato es prisionero de todos los estereotipos y empieza a fabular por su cuenta para narrar ­–de forma y con mimbres muy diferentes­– la historia de un funcionario británico que, también para evadirse de su boda, decide hacer el mismo viaje (conocido como en la época colonial, a principios del siglo XX, como el ‘Grand Tour’) mientras su prometida trata de seguirle la pista y recorrer el mismo itinerario: Myanmar, Tailandia, Vietnam, Filipinas, Japón y China. Pero antes de poder escribir dicha historia, el cineasta necesita hacer él mismo ese viaje para filmar con su propia cámara un amplio y extenso archivo de imágenes y sonidos. Un viaje realizado en 2020, pero interrumpido por la COVID-19. Después Gomes empieza por fin a escribir su historia y comienza a trazar vínculos entre las imágenes documentales rodadas en los diferentes países y las situaciones, los diálogos y los decorados necesarios para el despliegue de su ficción. En enero de 2022, como China continuaba cerrada al exterior, comienza entonces un rodaje a distancia, mediante el que Gomes (desde un apartamento de Lisboa debidamente acondicionado) dirige desde su iPad y en tiempo real –igual que Isaki Lacuesta tuvo que filmar, por otras razones, buena parte de Segundo premio– las tomas que el director de fotografía va realizando en China bajo sus precisas indicaciones. Posteriormente, entre enero y marzo de 2023, se filma íntegramente en decorados de estudio la historia ficcional interpretada por los actores. El montaje comienza a final del verano y la posproducción se termina a finales de 2023 tras lo que, felizmente, la película llega hasta a nosotros en Cannes.

La aventura profesional y creativa de Gomes y de sus colaboradores se duplica y adquiere dimensiones adicionales cuando las imágenes se proyectan sobre la pantalla. Descubrimos entonces una doble y sucesiva estructura narrativa, por la que primero seguimos el itinerario de Edward, de Rangoon a Chengdu, en la China profunda, pasando por Singapur, Saigón, Manila, Osaka y Shanghai, y después, como si el relato se doblara sobre sí mismo, el itinerario de su novia Molly por las mismas ciudades y en el mismo orden, convencida a toda costa del amor que le profesa su prometido. Ambos viajes se narran en buena medida desde dos voces en off externas que van dando cuenta de los avatares, sobre todo en el fragmento de Edward (casi siempre callado y taciturno, sin que nunca lleguemos a conocer los motivos de su huida) y con mucha menos presencia en el segmento de Molly, sin duda porque esta tiene mucha más entidad propia, se mueve impulsada por un deseo explícito y expreso y mantiene conversaciones activas con otros personajes. Su viaje a través de una espesa jungla en busca de Edward, cuyo paradero desconoce (la memoria de Joseph Conrad palpita bajo esas secuencias) reverbera sobre la primera parte del film de manera resonante, romántica y triste a la vez sin perder nunca la distancia irónica, pero tierna (en esa difícil aleación reside buena parte de su magia) con la que el cineasta filma y contempla a su heroína.

Los dos relatos ficcionales –situados en el pretérito de 1918– intercambian  vínculos, ecos y resonancias con las imágenes documentales del presente rodadas en color, que dialogan con las imágenes del pasado filmadas en estudio (y mostradas deliberadamente como tales) en un estilizado y sedoso blanco negro entre cuyas brumas, en medio del bosque en el que descarrila un tren, o junto al río por el que avanza una barcaza en la que un asno se niega a subir, parecería que estuviéramos en los parajes del cine fantástico de Jacques Tourneur. Ecos y correspondencias que ponen en relación la vertiente ‘maravillosa’, ilusionista y artesanal (próxima a Mélies) del pretérito fantaseado con la Asia real del presente, de la que Gomes rescata en repetidas ocasiones diversas formas de representación que remiten no por casualidad al precine: las marionetas y las sombras chinescas, también animadas mediante las manos de sus artífices. Un hermoso diálogo entre el cine de los orígenes y el mundo contemporáneo, pero también entre las herramientas del cine primitivo y la hibridación propia del actual, se abre paso con inédita libertad y atrevimiento hasta componer, en ocasiones, insospechados ballets de imágenes actuales mediante sucesivos fundidos encadenados y hermosas metáforas que parecen remitir unas a otras en un carrusel de incesante inventiva.

Docuficción lúdica disfrazada de exploración etnográfica mediante un trabajo que se reivindica a sí mismo como artesanal (en su fascinante bricolaje de tempos y texturas, de moldes y de códigos, de formatos y de colores), Grand Tour nos devuelve al Miguel Gomes de Tabú con renovadas energías creativas. Un cineasta que parece empeñado en perseguir el fantasma de la narrativa colonial de principios del siglo XX a través de un relato cuyo armazón remite gozosamente, esta vez, a los moldes de la comedia screwball (allí donde una mujer de arrollador ímpetu vitalista persigue sin denuedo al hombre con el que se quiere casar) para dar forma a un sueño romántico que solo puede vivir, como desvela el ultimo plano de la película, en forma de puesta en escena cinematográfica. No están lejos, tampoco, el Chris Marker de La Jetée o el cine aventurero de Josef von Sternberg, pero una vez situadas todas estas referencias debería quedar claro que las imágenes de este film-tesoro, de esta obra llena de sorpresas, por momentos hipnótica y desbordante, se expresa con una voz propia perfectamente identificable con la de su autor, capaz de proponernos, como también hace Jia Zhang-ke en Caught by the Tides, nuevas y originalísimas formas de relación entre el documental y la ficción, abriendo con ellas nuevos caminos al cine del presente. Que un cineasta se muestre a la vez tan libre y tan aventurero, y que se atreva a explorar territorios ignotos con tanta generosidad, debería llevarnos a declararlo ‘especie protegida’. Volveremos sobre la película con mucha mayor extensión cuando se estrene.

Carlos F. Heredero

Entre finales del siglo XVII y principios del diecinueve se conocía con el apelativo de Grand Tour al viaje que realizaban algunos jóvenes de la aristocracia europea  por tierras italianas para conocer las grandes obras de la Historia del Arte. El viaje se efectuaba cuando los jóvenes habían alcanzado la mayoría de edad y debían ir acompañados de un tutor. Era un viaje de iniciación al gusto y un reencuentro con el  imaginario del pasado.

El cineasta portugués Miguel Gomes retoma el tema del Grand Tour para hablar de un viaje por el Sudeste asiático que empieza en Birmania, pasa por Singapur, avanza hacia Tailandia, luego hacia Vietnam, hasta pasar por Osaka, por Shanghai y terminar perdido en el corazón de la jungla. Los viajeros no son jóvenes, sino dos amantes y el legado del arte da paso otro legado en el que todo un imaginario de un mundo colonial evanescente inunda una película atravesada por la neblina de la memoria. A Miguel Gomes no le interesa el desplazamiento físico, sino la posibilidad de contemplar el viaje como abandono y la recuperación de un mundo que solo puede llegar a cobrar vida como ensoñación. El viaje es a la vez  un viaje físico por la geografía actual del Sudeste asiático y un viaje mental por un imaginario situado entre Indochina y la China colonial que funciona como si fuera la mezcla entre un gran relato de aventuras y una tristísima historia de amor imposible.

Para entender el juego que nos propone Miguel Gomes es preciso retornar a su filmografía, cuando en 2012 rodó Tabú. La película ambientada en el mundo colonial de Cabo Verde partía de la muerte de un personaje para realizar un desplazamiento hacia un pasado en el que el imaginario africano y la fabulación nos desplazaban hacia lo extraordinario. En Tabú, la ficción se diluía en los laberintos de la imaginación. Grand Tour propone también un juego entre un pasado mítico de carácter colonial y un presente filmado casi como una crónica turística. Miguel Gomes realiza el Grand Tour a través de la captura de algunos paisajes asiáticos del presente, pero en esta captura documental lo que le interesa son las representaciones y las tradiciones míticas de diferentes comunidades. Los títeres, las sombras chinescas, los disfraces y las canciones melancólicas surcan una geografía en la que lo representado dialoga con el propio cine como espacio para nuevas representaciones. El paisaje documental del presente funciona como si fueran una serie de puertas que se interconectan con el pasado y nos desplazan hacia la historia de una huida.

Una voz narrativa en tercera persona nos relata la curiosa historia de Edward, un funcionario del gobierno británico instalado en Rangoon en 1917 que decide marchar el día de su boda con Molly, la mujer a la que debe llegar proveniente de Londres.  El hombre inicia ese Grand Tour en el que vive todo tipo de aventuras, desde el descarrilamiento del tren que viajaba cerca de Bangkok hasta una serie de misteriosos encuentros en el corazón de la selva. El viaje de huida se  convierte en la crónica de alguien que desea desaparecer y perderse en los confines del mundo. En la segunda parte de la película conocemos la voz narrativa, nos cuenta la historia de Molly, la esposa que ama a su marido y que quiere encontrarlo. Molly se entera de la huida, pero sigue una serie de pistas. En el viaje encuentra signos de su estancia por Singapur, por Bangkok, Saigón, hasta llegar a Shanghai. Una vez en el corazón de China prosigue su viaje remontando un río hacia el lugar de un encuentro imposible. Las imágenes documentarles en color del presente van intercalándose con imágenes rodadas en estudio (Roma y Lisboa) que reconstruyen aquellos paraísos perdidos desde donde surgen todos los sueños. La aventura nos remite por momentos a la prosa de Joseph Conrad, a las películas de Joseph Von Sternberg o incluso a las aventuras de Tintín. En ese mundo en el que existían países llamados Siam o Conchinchina aparecen aventureros, negociantes, misioneros, cantantes de ópera o mujeres nativas que conocen los secretos de los difuntos. Miguel Gomes articula con imaginación y con un gran sentido de la poética un camino en el que lo evocado suplanta siempre a lo explícito. Un trayecto en el que la ensoñación nos sitúa en ese mundo difuso entre la vida y las alucinaciones, un mundo en el que el imaginario acaba convirtiéndose en el mejor camino para el tránsito hacia un Grand Tour. El resultado final nos aboca a la película más deslumbrante y emotiva que se ha visto en la sección oficial.

Àngel Quintana