Tras sus dos primeros trabajos, L’estate di Giacomo (2011) e I tempi felici verranno presto (2016), Alessandro Comodin (que ya presentó en Sevilla, en concreto en 2017, su segundo largometraje), con Gigi la legge, entrega un trabajo que reincide, como ya hiciera en I tempi felici verranno presto, en esa particular mirada extrañada surgida del naturalismo que le ha conseguido el Premio Especial del Jurado en el pasado Festival de Locarno. Esta sugerente aproximación y ensayo acerca de la puesta en escena fílmica y los convencionalismos atribuidos a lo “real” en el lenguaje cinematográfico se sirve de Luigi, el personaje interpretado por el actor Pier Luigi Mecchia, para servir de eje concéntrico de un ejercicio que es en parte fummetti rural y por otra parte casi un policial o noir dilatado y cercano a los modos del Paul Thomas Anderson de Puro vicio, con ecos de la perspectiva en primera persona del videoclip Karma Police de Radiohead, dirigido por Jonathan Glazer.
Una obra y protagonista, ambiguos y poliédricos, cuya representación liviana y directa cara al exterior oculta una personalidad compleja y con más aristas de las que aparenta a simple vista (algo que para el personaje de Luigi es representado y magnificado en su jardín trasero, entorno donde las máscaras caen y el espectador puede vislumbrar aquello que oculta su sociabilidad impostada). Un protagonista cuya profesión, policía rural de tres pequeñas localidades rurales, se enfrenta a una suerte de trama kafkiana y con ecos del absurdo y la antinarrativa de Jacques Tati, en busca de crímenes y conexiones criminales inexistentes, a partir de una puesta en escena, que al igual que Gigi, parte de una representación aparentemente directa y sincera, pero que bajo su interior -y a partir de un ejercicio formal que se autolimita en sus formas, ya sea a partir de la dilatación del plano (esa secuencia de nueve minutos que abre el largometraje y define los significados ocultos de la obra y el personaje representado posteriormente) o el POV en primera persona mencionado previamente, le sirve a Comodin para entregar un ejercicio de ruptura de las normas de la ficción, acogiendo el género policiaco en su interior, en su vertiente más rural, para partir de un naturalismo del extrañamiento y ofreciendo finalmente un diálogo con su audiencia acerca de la normalización del artificio del audiovisual convencional.