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Al inicio de The Shadowless Tower, dos hermanos visitan la tumba de su madre, recientemente fallecida, en un momento solemne que no por ello carece de destellos cómicos. Esta secuencia marca el tono de toda la película: una obra sobre la vida y la familia, que se mueve constantemente entre la frescura de sus personajes y el peso dramático de la historia. Gu Wentong es un hombre de mediana edad que, tras la mencionada muerte de su madre, vuelve a entrar en contacto con su padre, a quien no ve desde los cinco años. Al mismo tiempo, gracias a su trabajo como crítico gastronómico, conoce a un joven fotógrafa a quien se va a ir acercando cada vez más. El film de Zhang Lu se va construyendo a partir de sutilezas, de piezas pequeñas que van dando forma al gran puzle que es la memoria humana. El director chino-coreano se acerca con la sensibilidad necesaria a sus personajes, enfatizando por medio de la puesta en escena la inmensa soledad en la que están sumidos, reflejada en espacios amplios generalmente vaciados de gente y, por supuesto, en la metáfora que crea a partir de la torre sin sombra. Porque, como este templo en Pekín, Wentong no logra ver su propia sombra, demostrando la imposibilidad de saber dónde estamos y a dónde vamos sin conocer de dónde venimos. Y es esa lucha por la reconciliación, con su padre pero también consigo mismo y su historia, lo que Lu registra de manera sencilla pero preciosa, haciendo referencia de modo directo a la tradición cinematográfica en la que se inscribe: desde Hana-Bi. Flores de fuego, de Takeshi Kitano, hasta Burning, de Lee Chang-dong. O incluso también de manera indirecta, resonando una película como Drive My Car, de Ryūsuke Hamaguchi, en esa historia de dos personas de edades diferentes que se encuentran y que hallan en el otro un vehículo para su liberación. The Shadowless Tower es una película triste, pero también tristemente bella, y, por ello mismo, es la elección perfecta para cerrar la Sección Oficial con una nota justa de esperanza. Daniela Urzola