Bajo la apariencia de una pequeña y serena pieza otoñal situada en la campiña francesa, la nueva realización del prolífico –y habitual en San Sebastián– François Ozon entrega esta vez un avieso y felizmente transgresor apólogo moral que reivindica el sentido y la necesidad de las segundas oportunidades, sin conformar por ello una ingenua requisitoria discursiva. Que su protagonista sea una entrañable abuela deseosa de cuidar a su nieto (Michelle; una magnífica Hélene Vincent) no impide, de hecho, que el pasado de la vitalista anciana termine por alcanzarla de nuevo, ni tampoco que su principal aliado (un joven que sale de la cárcel con turbios antecedentes y con dudosas actividades en el presente) acabe por albergar la principal, y muy intencionada, ambigüedad de la función, sumergida en una muy deliberada elipsis narrativa por parte del cineasta.
Como en la última película de Alain Guiraudie (Misericordie, 2024), con la que la propuesta de Ozon formaría un revulsivo díptico sobre la Francia profunda más que reivindicable, Quand vient l’automne (más severa y menos lúdica que la de su compatriota) se coloca éticamente del lado de los outsiders y de los condenados por la moral biempensante de la sociedad burguesa, ya desde su primera secuencia, en la que un sacerdote narra a sus fieles la parábola bíblica de María Magdalena. Esa secuencia-prólogo condensa y anticipa buena parte del sentido del film, en cuyo interior se abre paso, poco a poco, un soterrado aliento lejanamente chabroliano, una colateral faceta de thriller rural cuya resolución coloca a la entrañable Michelle –y a Ozon con ella– en la tesitura de elegir entre la ‘respetabilidad’ y la autenticidad, entre la ‘sangre’ y la amistad (elección que se juega en una breve panorámica vertical entre dos fotos). Y la elección es la más transgresora y la más valiente, por mucho que suponga darle la espalda quizás (o quizás no) a los mecanismos de la ley.
Carlos F. Heredero
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