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Con los modales propios de una fábula crítica sobre los códigos del patriarcado que perviven en la estructura familiar profunda de la sociedad iraní, la nueva película de Saeed Roustaee despliega una energía más que notable para radiografiar la coyuntura en la que se encuentra una familia humilde, parientes pobres de un clan adinerado, a partir del momento en el que el padre es nombrado patriarca del gran grupo a costa de enajenar las piezas de oro recibidas en una herencia, contra la opinión –y la intervención– decidida de su única hija (excelente Taraneh Alidoosti), convencida de que ese dinero debe emplearse mejor en la compra de una tienda y en emprender un nuevo camino para la familia, en compañía de sus cuatro hermanos.

Aunque el registro interpretativo y dramático del film está casi siempre muy alto, con imprecaciones y gritos continuos entre los cinco hermanos, el cineasta consigue dominar el desarrollo de la historia a partir, sobre todo, de la magnífica secuencia de la fiesta multitudinaria en un hotel de lujo, representación enérgica y vitalista –ejemplarmente coral– de ritos ancestrales que deja al descubierto las raíces económicas del dominio masculino. El enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo (la clara opción de Leila por una vida laboral independiente para su familia, a espaldas de las servidumbres paternales), la deflación monetaria que sufre Irán tras las sanciones impuestas por Estados Unidos, la dialéctica entre Leila y sus cuatro hermanos (a quienes tanto les cuesta romper con la ataduras tradicionales y con el poder simbólico del padre) y el análisis de las contradicciones internas en la estructura familiar (la reacción de la madre en defensa de su marido), más un potencial relevo en el horizonte (la secuencia con la fiesta infantil llena de niñas) acaban por convertir a esta hermosa película en un cuento moral de compleja y sugerente deriva, que va ganando peso y densidad, pero también una noble emoción, a medida que avanza hacia un desenlace tan pesimista en su diagnóstico del presente como esperanzado en su apuesta de futuro.

Carlos F. Heredero

El patriarca se llama Esmaeel y ha vivido acomplejado porque nunca ha poseído los privilegios de sus primos que, a su vez, ejercen otras formas de patriarcado y lo perpetúan en sus ceremonias. Esmaeel se siente acomplejado, ya que no puede presumir de opulencia y porque su familia siempre han sido los pobres del clan. Mientras, no se da cuenta de que su hija, Leila, de cuarenta años, es la única que trabaja en la casa y debe alimentar a sus cuatro hermanos parásitos que malviven del paro. En un patriarcado los intereses del patriarca están por encima de los de los otros miembros de la familia y las mujeres de la casa deben callar, asentir y asumir los caprichos del padre. Al recibir un testamento, Leila quiere invertir comprando una tienda en un centro comercial, pero el padre quiere invertir para ser nombrado padrino de la boda de la hija de su primo.

Los viejos rituales ancestrales se imponen por encima de toda solución pragmática. Saeed Roustaee cuenta una larguísima fábula moral sobre las repercusiones que tiene la pervivencia del patriarcado en una sociedad que quiere modernizarse, pero que se encuentra encorsetada socialmente. A pesar de situarnos en Irán, la lectura no pasa por denunciar la política del régimen, sino por observar de qué modo las viejas políticas están presentes en el seno de la familia. La película tiene dos partes diferenciadas. En la primera expone la situación y lleva a cabo un retrato de los caprichos del padre frente a los intereses del hijo. Roustaee resuelve las situaciones a partir de larguísimas escenas dramáticas, con interminables discusiones y salidas de tono interpretativas de los diferentes personajes. A partir del momento en que todo se transforma durante la ceremonia de la boda, Roustaee saca a la luz otro tema de gran interés: la deflación económica que ha vivido Irán en los últimos años. Los viejos ahorros, las herencias y los viejos contratos no sirven para nada cuando la moneda iraní se devalúa casi un 90% frente el dólar y la sociedad cae en un proceso de recesión económica en la que todo se rompe. ¿Qué sentido tiene mantener las viejas costumbres patriarcales en una sociedad que se está resquebrajando interiormente? ¿Qué esperanza hay en la mujer después de la muerte de los viejos patriarcas? ¿Puede ser, a pesar de todo, la devaluación económica el inicio de algo nuevo? Leila’s Brothers, con sus casi tres horas de metraje, es una película excesiva y desequilibrada, que recupera su pulso en su hora final, cuando va directa al grano y cuando el padre deja de ser un viejo simpático para convertirse en un patético tirano.

Àngel Quintana