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He aquí una producción de Ulrich Seidl que apenas tiene que ver con su cine, por lo menos en lo que se refiere a su ambigüedad moral. Pues en Sonne, la película realizada por Kurdwin Ayub tras la celebrada Paradise! Paradise!, las cosas están muy claras desde el principio: se trata de describir la existencia cotidiana de tres muchachas iraquíes de origen kurdo que viven en Viena a partir del éxito de un vídeo que suben a las redes sociales y en el que interpretan su particular versión de Losing my Religion, el clásico de R.E.M. Desfilan de este modo sus amigas y, sobre todo, la familia de una de ellas, sobre la que el film se centra para comentar sus contradicciones. De este modo, desde el choque entre las tradiciones de su cultura y el contexto occidental en el que inevitablemente se mueven hasta su problemática inserción en los nuevos lenguajes corporales y sociales, por lo menos desde la aparición de internet, Sonne pretende armar una ficción con aires de no ficción (o viceversa) que a la vez huela a real y cuente una historia, lo cual origina a su vez otra contradicción, esta vez en el interior del propio film: ¿cómo librarse del relato  dominante si el relato fílmico no es capaz de inventar nuevas formas para hacerlo?

De eso se trata, en efecto: el film de Ayub convierte lo que una vez fue innovador –digamos que a principios de este siglo– en pura fórmula, en una sucesión de tropos y figuras retóricas que parecen concitar todos los clichés posibles al respecto. Aparecen, sí, las otras pantallas, desde el móvil al ordenador, pero no para inventar relatos alternativos, sino para someterse al relato dominante, que sigue siendo el de la pantalla de cine, pues siempre se muestran en una posición subsidiaria. Igualmente, es inevitable que cualquier audiencia occidental observe a las muchachas protagonistas como conejillos de indias que el film ha escogido para convencerla de aquello que ya está convencida: las dificultades de las mujeres para alcanzar visibilidad en un universo de imágenes siempre recurrentes, la desintegración de la familia tradicional en contacto con esas representaciones que se metamorfosean a sí mismas día tras día, todo ello incluido en una trama que al final se revela banalmente melodramática… Las formas fluidas y cambiantes que intentan introducirse terminan siendo rígidas, rocosas, repetitivas, machaconas. Pues no hay duda: el gran problema de Sonne es que no sabe crear continentes flexibles para sus contenidos y se convierte, así, en una película aún más conservadora que aquellos modelos sociales que intenta cuestionar.