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Renata se ha recluido en un mundo aparte. En un espacio reservado, íntimo, sincero. A veces da la sensación de que la rodea una membrana transparente que la separa de los demás, de su familia. En Something You Said Last Night existen dos dimensiones que ocupan siempre el mismo espacio: aquella en la que se esconde la protagonista, por un lado, y en la que se encuentran sus padres y su hermana, por otro. A pesar de la dificultad que pueda suponer esta improbable maniobra visual de carácter espaciotemporal, Luis De Filippis lo simplifica a partir de la puesta en escena: al fondo, desenfocados o directamente fuera de campo, quedan los familiares de Renata mientras que la cámara se ancla a ella y la sigue en su continuo deambular en busca de lo más aislado. Las discusiones o las risas se cuelan en el plano, la vida sucede pero Renata no forma parte de ella. O al menos no de forma activa. Ahí están ellos, siempre. Se cuelan por todas partes. Pero la cámara no pierde de vista a esta joven que necesita ser vista, que necesita más que las miradas que le devuelven los múltiples espejos en los que se mira.

A pesar de esta premisa, Something Said Last Night es un reencuentro, una reconciliación. Las vacaciones se convierten en la oportunidad de sanar, para afrontar (sin exceso de drama) aquello que la rutina va dejando oculto y sin resolver. De Filippis se aleja de las convenciones narrativas al no poner el foco de la historia en la problemática trans (eso forma parte del pasado de Renata), rehuyendo, una y otra vez, cualquier tendencia al paternalismo o la sobreprotección. Al finalizar la película, queda uno de los más hermosos ejercicios de honestidad fílmica, naturalista, desprejuiciado, valiente, lúcido. Una lección sobre la soledad y sus solitarios rincones.

Cristina Aparicio