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Monumental disparate cinéfilo y político, en el buen sentido de la palabra,, estructurado a partir de segmentos aparentemente independientes, pero que acaban conformando un todo multigenérico. Un trabajo donde la sombra de los hermanos Marx y su sátira política dirigida por Leo McCarey, Sopa de ganso, sobrevuela Bloodsucker, la inclasificable parodia acerca de las teorías marxistas, la lucha de clases y la revolución rusa, dirigida por Julian Rodlmaier. Una obra sobre el conflicto entre clase trabajadora y clase acomodada, entre obreros y patrones y donde la metáfora del vampirismo de las clases altas y empresariales, desarrollada por Karl Marx, aquí se hace cuerpo presente.

Y a partir de su mirada cáustica, que le permite incluso introducir en sus múltiples fragmentos una suerte de biopic de Sergei Eisenstein, tan desmitificador como su visión sobre la revolución rusa y el comunismo. Bloodsuckers no solo abraza la comedia del absurdo potenciada por lo anacrónico, sirviéndole al cineasta para entregar un trabajo donde las formas de Magritte se imbuyen del surrealismo dadaísta, o el existencialismo del primer Woody Allen, en especial La última noche de Boris Grushenko. Sin olvidar las maneras del cine burgués de James Ivory y las comedias de los hermanos Zucker y Jim Abrahams, para acabar entregando posiblemente la propuesta más extravagante de toda la sección, donde la sátira política se da la mano con un sentido homenaje a la creación cinematográfica en general y al cine mudo en particular, que va desde el mencionado Eisenstein al Nosferatu de F.W. Murnau para acabar entregando un sofisticado e irreverente tratado sobre los juegos de seducción, de poder y de clase, unidos por el cordón umbilical de la vampirización de los objetos de deseo.