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Cuando la memoria se quiebra y la película de la propia vida se difumina, es preciso que otros se encarguen de contárnosla para no olvidar. En el documental La memoria infinita, Maite Alberdi vuelve a acercarse a esa edad en la que cuerpos y mentes ya no quieren seguir las reglas que una vez nos hicieron creernos invencibles. La cinta recoge cómo Augusto Góngora (periodista y cronista chileno de los crímenes de Pinochet) se enfrenta a la enfermedad de Alzheimer junto a su pareja, Paulina Urrutia (actriz y política que ostentó el cargo de Ministra de Cultura durante el primer Gobierno de Michelle Bachelet). A través de una sucesión de escenas íntimas domésticas (muchas de ellas rodadas por la propia Paulina durante la pandemia) y de la vida cotidiana que llevan en común, que incluye paseos, ensayos de teatro y conversaciones para la memoria, asistimos al deterioro de la salud de Augusto, a una fragilidad que va en aumento de manera irreversible. En un momento de la cinta, Paulina le pregunta a Augusto si quiere morir, y él responde categóricamente que no. Más adelante, cuando la enfermedad ya se encuentra en un estado más avanzado, la respuesta de Augusto cambia. A pesar de todo, la risa de Paulina y la complicidad de los recuerdos compartidos prevalecen siempre. Pero, además, quizá lo más valioso de la propuesta reside en cómo Alberdi expande la exploración de la pérdida de la memoria individual a la de la memoria colectiva. Mediante la inserción de numeroso material de archivo resalta que, además de necesitar de alguien que nos recuerde esa película de la propia vida, también el cine y el registro de los hechos históricos son vitales para no olvidar, reparar las heridas del pasado y evitar que regrese la barbarie. Elsa Tébar