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Sam, una adolescente de 17 años a punto de dar el salto a la universidad, sale de viaje con su padre y un amigo de este. Van tres días de camping a las montañas del estado de Nueva York y la ausencia inesperada del hijo del amigo condena a Sam a pasar esos días en compañía de dos adultos con poco que compartir con ella. Podría haber sido un viaje de iniciación, pero Good One es más bien un intento de confraternización entre Sam y su padre, que se divorció de su madre años atrás. La figura del amigo no deja de constituir una molestia, en muchos sentidos. Hay algo en el tono de esta primera película de Donaldson que nos remite a Old Joy y, en general, al cine de Kelly Reichardt, no solo por ese tono relajado que aparca los conflictos o que solo los enuncia tímidamente, sino también por esos planos en los que la directora se recrea en la naturaleza, desde los grandes paisajes de las montañas a los encuadres que fijan su atención en las charcas, las piedras o las lombrices. Pero hay otro tema que, por lo insólito, acaba conformado una subtrama subterránea o un trasfondo. Antes de emprende el viaje, a Sam le baja la regla y hasta en cuatro ocasiones veremos cómo se tiene que cambiar el tampón, dos veces en el bosque, detrás de un árbol. Esto no solo explica su incomodidad permanente, también nos alerta, por aquello de nuestra sorpresa, de lo poco que el cine ha tratado la menstruación, al menos con este carácter tan cotidiano.

Jaime Pena