“En México desaparecen y asesinan mujeres todos los días”. En el último tramo de Ruido, una mujer pronuncia estas palabras durante un clamoroso discurso en una manifestación. La cita, que remite directamente a un diálogo anterior del film, bien podría sacarse del entrecomillado, pues es uno de los secretos a voces más trascendentes del México actual. Con Ruido, Natalia Beristain aborda este tabú social, político e institucional que sufren tantas familias mexicanas. A partir de la búsqueda que emprende Julia de su hija desaparecida hace nueve meses, Beristain retrata la cultura del feminicidio en la que se encuentra sumida la sociedad del país. Desde la inoperancia policial y la incompetencia burocrática hasta llegar al crimen organizado, la película se dedica a hacer visible la corrupción sistémica a partir del rostro de quienes sufren sus consecuencias. Porque para humanizar un conflicto hace falta personalizarlo, incluso si este tiene un alcance universal.

En Ruido conviven dos emociones: por un lado la rabia, que rechina y aúlla con todas sus fuerzas y que se concreta en la figura de esta madre desesperada en mitad del desierto, imágenes que salpican toda la narración y que, a modo de insertos, rompen la continuidad de la historia. Por otro lado, la esperanza, que tiene su razón de ser en la resistencia. Ya sea desde la colectividad o a título personal, durante esta odisea Julia nunca estará sola, porque otras mujeres (sí, esta es una película sobre la sororidad) comparten su lucha (sí, esta es una película sobre la valentía). Así, Ruido es un film protesta, un ejercicio de reivindicación que utiliza la fuerza de las imágenes para combatir el dolor de las ausencias, del silencio, de la clandestinidad. El cine como luz, como búsqueda y, ante todo, como consuelo.

Cristina Aparicio