Print Friendly, PDF & Email

Existe una cualidad e influencia kubrickiana que inunda las imágenes de Rendir los machos, la ópera prima de David Pantaleón. Especialmente en la manera de representar la isla de Fuerteventura y su influencia en el devenir del relato y sus personajes (casi como si fuera una extensión de ese monolito omnipresente en el primer segmento de 2001) y las decisiones de formato y puesta en escena que toma el cineasta. Decisiones que la hacen oscilar entre una suerte de surrealismo rural y folklorico, cercano a los trabajos de Chema García Ibarra, el nihilismo vaciado de El desierto rojo de Antonioni y la reducción a la mínima expresión de los elementos que componen el plano del artista gráfico Chris Ware, para hablarnos del peso de la tradición y la familia.

Esa mirada simétrica y distanciada del objetivo heredera de los mencionados Kubrick o Ware, transforma y aporta a la obra de una cualidad sobrenatural y mágica. Una suerte de costumbrismo mágico, donde lo folklórico, lo tradicional y lo cotidiano se integran sin aristas de ningún tipo y donde la isla se convierte en ese observador omnisciente de la miseria humana, de la banalidad trágica de las vidas de un conjunto de personajes protagonistas de una mutación de la road movie tradicional, aquí dilatada y licuada, tan áspera y críptica, como escurridiza en la búsqueda de sus espectadores de intentar agarrarse a algún asidero emocional que les sostenga.