Hay algo que sobresale en Sala de profesores, el cuarto largometraje de Ilker Çatak: la cámara siempre sigue a Carla Nowak, la docente protagonista, en lo que se supone que es su perspectiva, hasta el punto de que, al menos en dos ocasiones, llegamos incluso a introducirnos en sus pensamientos. Este recurso de focalización narrativa llama la atención, en una película como esta, porque el relato va por otro lado, intenta plasmar con la mayor fidelidad posible el ambiente de una escuela pública alemana a través de las clases y las reuniones, el día a día y los incidentes a los que puede dar lugar. El estilo, pues, se supone realista, pero ya la planificación y el uso de la elipsis avisan de que no es tal, por lo menos en su totalidad: se trata más bien de aislar hechos concretos y ver cómo repercuten en un microcosmos que no deja de querer ser metáfora del mundo exterior. Ese es ya un aviso de las intenciones de Çatak, finalmente más bien aviesas. Y aparece otro cuando comprobamos que, en realidad, el film se estructura en una trama más convencional de lo que parece, a saber, el hurto de la billetera de Carla, quizá a cargo de una de las conserjes, a su vez madre de un alumno. Es cierto que Sala de profesores, a partir de ahí, no pretende ni siquiera solucionar los enigmas argumentales que plantea y prefiere proporcionar una panorámica moral del asunto, retratar el universo escolar como una serie de estructuras de poder que se retroalimentan y acaban provocando un ambiente de sospecha y delación generalizados. Pero, al mismo tiempo y en abierta contradicción, el tratamiento del ritmo y de la banda musical parecen ilustrar una película de suspense en estado puro, llena de trucos de guion y efectismos varios que constantemente apelan a la complicidad de la audiencia. Pues debajo de las imágenes presuntamente densas del film de Çatak no hay casi nada, apenas su propia lectura lineal, sin carga de profundidad alguna. Carlos Losilla