Hace ya más de tres meses, forzados por los imperativos inherentes al combate sanitario contra la COVID-19, reconvertíamos sobre la marcha nuestra edición de abril en un número exclusivamente digital en el que –ante el cierre sobrevenido de las salas de cine– optábamos por dedicar nuestra reflexión y nuestras críticas a las diferentes expresiones fílmicas y audiovisuales que en ese momento eran accesibles online y en las diferentes plataformas. Aquel número daba testimonio de la irredenta vocación de Caimán CdC de acompañar siempre, desde una irrenunciable perspectiva crítica, a la actualidad cinematográfica de cada momento, sea esta la que sea y se encuentre donde se encuentre.
La sociedad española emprende ahora, desde finales de junio, un nuevo proceso que trata de recuperar la normalidad perdida y, con ella, también la de las salas cinematográficas, que empiezan a abrir progresivamente y a recuperar, poco a poco, su necesario diálogo con los espectadores. Lo que toca ahora, por tanto, es acompañar a este proceso: un camino que conduce a la reconquista de los espacios icónicos por excelencia en los que se despliega de manera más intensa la comunicación colectiva entre las imágenes del cine y las audiencias plurales, entre los aficionados y las grandes pantallas.
Esas pantallas que han estado también tantas veces en las imágenes de celuloide, igual que ahora lo están frecuentemente en los píxeles digitales que dan forma a multitud de ficciones. Las pantallas de las salas oscuras, las pantallas de los cines al aire libre y las pantallas de los drive in…, todas ellas han comparecido –filmadas por los cineastas– como escenarios de historias, de sueños imaginarios y de emociones vividas por los personajes de las películas, a veces con tanta o más pasión, incluso, que aquella con la que los espectadores de tales filmes asistían al desarrollo de los argumentos respectivos.
Pantallas que convocan momentos de decisivas epifanías emocionales o morales; pantallas que dialogan –de forma figurada o real, imaginada o estrictamente física– con los espectadores de las plateas que vemos en las películas; pantallas que son hogar y refugio de las criaturas imaginadas por guionistas y directores; pantallas alrededor de las cuales proyeccionistas, taquilleros, vendedores de palomitas o conservadores de filmotecas organizan su vida íntima y personal; pantallas que cifran los ritos de paso de la cinefilia o que albergan los primeros temblores de la adolescencia; pantallas que convocan los deseos sexuales más explícitos; pantallas pequeñas o alternativas, también, que acogen al cine de versión original o las expresiones más personales del cine de autor.
De todas esas pantallas, de muchos de esos cines que salen en las películas, hablamos en este número especial de Caimán CdC a lo largo de un extenso dosier de 45 páginas concebido no para evocar de forma nostálgica aquellos espacios filmados por el cine, sino para reflexionar sobre el rol que estos han jugado para los creadores y para sus espectadores. Acompañamos así, con esta lectura cinéfila para el verano, el camino de regreso al lugar de esa comunión laica, a veces inefable, que se produce cuando la mirada del cineasta impacta en la mirada de una audiencia colectiva. Camino de retorno a la tierra perdida, a la Ítaca soñada y vivida por miles y miles de espectadores. Porque ‘los cines’ también están en ‘el cine’. Y al cine volvemos este verano.
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