En el año 2018, Delphine Girard filmó Une soeur, un cortometraje en el que una mujer que dice haber sido violada, y que viaja junto a su presunto agresor en un coche lanzado a toda velocidad a través de la noche, se pone en contacto con un teléfono de emergencias fingiendo que llama a su hermana. Pues bien, los 17 minutos de este corto constituyen el trepidante inicio de Quitter la nuit, su primer largometraje, que prolonga tan escueta anécdota alternando los destinos de los tres protagonistas. En primera instancia, la película quiere entregarse a una complejidad sin límites, abordar la cuestión del consentimiento sin maniqueísmos ni prejuicios de ningún tipo. Poco a poco, sin embargo, el caos consiguiente, que Girard apenas sabe manejar, la lleva a cambiar de rumbo, acudir a flashbacks por completo innecesarios y dedicar la parte final a una especie de celebración de la solidaridad femenina filmada como si se tratara de una fiesta infantil, por mucho que el hombre acabe siendo no tanto un monstruo como un pobre tipo dominado por su madre. Quitter la nuit es una película muy convencional, incluso formalmente conservadora, aunque su responsable quiera conferirle un look elegante e incluso a veces ambiguo y misterioso. Y lo es más aún cuando renuncia a la única estrategia dramática que podría haber sido de interés para entregarse a una parte final que se mueve desequilibradamente entre la confusión y el artificio. En efecto, hay un momento, centrado en la telefonista obsesionada con el asunto, en el que el relato parece diluirse, como si quisiera alejarse de toda certeza y ceder la iniciativa a su audiencia. Al instante, empero, todo se reconduce para desembocar en un juicio que más valdría que jamás se hubiera filmado. He aquí una ópera prima que se equivoca hasta de género: cuando el thriller deja paso a la introspección, todo el edificio se desmorona irremediablemente. Carlos Losilla