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Carlos F. Heredero.

Como sucedió con Roma a finales de 2018, aquí estamos de nuevo, cuando ya casi termina 2019, ante un nuevo producto de Netflix que, antes de llegar a la pequeña pantalla por el canal de la plataforma que la ha producido, se va a estrenar en algunas salas comerciales. El año pasado fue la película de Alfonso Cuarón. Este año será el próximo 15 de noviembre  –solo doce días antes de su presentación catódica mundial, que tendrá lugar el 27– cuando llegue a las pantallas españolas la nueva y esperada realización de Martin Scorsese: El irlandés, recientemente estrenada en el Festival de Nueva York.

De nuevo lo más relevante de esta coyuntura quizás no sea la envergadura mayor o menor de estas películas, si bien no se le escapa a nadie que el significado de El irlandés dentro de la filmografía de su autor está cargado de resonancias, por lo que despierta una más que comprensible expectación. De ahí que en este número de Caimán CdC, que salió camino de la imprenta cuando todavía no había tenido lugar en nuestro país ningún pase de prensa, hayamos optado por ofrecer una primera aproximación crítica al film a cargo de una prestigiosa colaboradora habitual de nuestras páginas (la neoyorquina Stephanie Zacharek, crítica titular de la revista Time) como adelanto de un abordaje más amplio y pormenorizado, por integrantes de nuestro Consejo de Redacción, que publicaremos en el número de diciembre.

Lo más significativo de estos hechos es la bipolaridad de los canales por los que el cine, o al menos cierto tipo de producción, llega a sus destinatarios: por la parrilla de las plataformas digitales, sí, pero también, y casi a la vez, por las grandes pantallas tradicionales, según un calendario calculadamente estudiado para cada caso. Un mecanismo que utilizará igualmente la nueva película de Noah Baumbach (Historia de un matrimonio), que llegará a las salas el 22 de noviembre y a Netflix el 6 de diciembre tras su estreno mundial en el pasado Festival de Venecia.  Y más significante resulta todavía el hecho de que, según esta estrategia, el estreno en las salas preceda siempre a la disponibilidad de las películas en la pequeña pantalla.

¿Quiere esto decir que Netflix (y las plataformas que probablemente la seguirán por derroteros equivalentes) ven todavía a las viejas y venerables salas comerciales como el resorte de lanzamiento indispensable para sus productos…? ¿Las conciben acaso como meros soportes publicitarios para popularizar lo que, pocos días o semanas después, van a ofrecer dentro de su parrilla? ¿Piensan que el estreno en pantalla grande y en respetados festivales ‘legitima’ culturalmente su producción por la vía de la resonancia que esta pueda obtener así en los espacios tradicionalmente dedicados a la ‘cultura’ en los medios de comunicación? ¿O simplemente el recurso a las salas tiene como objeto cumplir un mero trámite reglamentario para poder optar a los premios de las academias, con los Oscar como objetivo prioritario…?

En un momento como el que vivimos, marcado por la mutación acelerada en las pautas del consumo audiovisual y por un confuso tránsito entre los modelos anteriores y los del presente o los del futuro, lo más probable es que todos estos considerandos participen a la vez de esta estrategia. A los espectadores y a nosotros, desde el ámbito de la crítica, nos toca ahora apostar en paralelo por un futuro en el que la fruición social y colectiva de una proyección en pantalla grande pueda convivir con la democratización implícita en la diversificación de las pequeñas. Defender, en definitiva, un terreno de juego plural, inclusivo y enriquecedor para el acceso al cine, que se abra a las nuevas posibilidades que ofrece hoy en día la tecnología, pero que no arroje por la borda las mejores conquistas del pretérito: una apuesta que además parece resonar con fuerza en las propias imágenes de El irlandés«una película sobre el mañana», nos dice Stephanie Zacharek, en la que Martin Scorsese «edifica sobre su ayer, sin cometer el error de repetirlo».