Carlos F. Heredero.

Los hilos del azar, los designios de la exhibición comercial y las fechas de la programación cultural han trazado tentadoras y visibles líneas de relación entre los cineastas que protagonizan, por derecho propio, este número de Cahiers-España para la rentrée de la temporada. La muerte en el mismo día de Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni, la inauguración en el Centro Pompidou de la exposición Correspondencias en torno a las obras de Víctor Erice y Abbas Kiarostami, más el estreno casi simultáneo de las nuevas películas de Eric Rohmer y José Luis Guerín (que previamente comparecen, también, en la Mostra de Venecia), sitúan a estos seis creadores en el centro de la revista.

La genealogía se impone por sí misma. La desaparición de Antonioni (94 años) y Bergman (89) es, con toda evidencia, la de dos creadores emblemáticos de la era moderna, dos cineastas que prefiguran y anuncian la eclosión histórica de la modernidad fílmica. Desaparición que ofrece un eslabón de engarce, a modo de contraste, con el activismo casi desafiante de Eric Rohmer (87 años), figura central de esa modernidad que emerge en 1959 y que ya entonces se miraba, por filiación o por controversia, en el espejo Bergman / Antonioni. El estreno de El romance de Astrea y Celadón (simultáneo en Francia y en España) antecede en pocos días a la exposición que vuelve a confrontar en París –tras haberlo hecho antes en Barcelona y en Madrid– los trabajos videográficos y museísticos de Erice y Kiarostami (67 años en ambos casos), dos cinestas que inician su carrera a comienzos de los años setenta y que son herederos inequívocos de esa modernidad a la que Rohmer se ha mantenido siempre fiel a lo largo de toda su trayectoria.

Finalmente, la instalación que José Luis Guerín ha realizado para la Bienal de Venecia (Las mujeres que no conocemos), el estreno de En la ciudad de Sylvia (cinco días antes de que se inaugure la citada exposición parisina), más el hermoso y revelador trabajo que el cineasta incluye en nuestras páginas (Un itinerario) propician un nuevo y redoblado engarce, pues la obra entera de Guerín (47 años) no sólo se inscribe en el exigente camino que Víctor Erice –su más cercano faro– abre en España, sino que conecta también con la búsqueda de nuevos espacios y nuevos formatos para el desarrollo de un lenguaje en evolución.

Cuatro eslabones sucesivos, encadenados por el azar, hacen visible así  el hilo conductor de una modernidad que enlaza y relaciona, de forma subyacente, la obra de seis cineastas abocados, cada uno con sus formas propias y desde su visión personal, a esa inevitable confrontación que Roland Barthes considera, en su elogio de Antonioni, la verdadera tarea del artista de su tiempo: enfrentarse en su propia conciencia creadora a los espectros y espejismos de la subjetividad moderna.

Carta de Barthes a Antonioni, misivas también de Alain Bergala a Erice y Kiarostami en este mismo número, correspondencias en suma… Ecos que resuenan, filiaciones que se comparten, diálogos en presente y a través del tiempo para tejer la madeja del arte moderno, el que verdaderamente tiene algo que decirnos a los hombres y mujeres de hoy.