En el prólogo de Perdidos en la noche varias personas son secuestradas y desaparecidas por la policía. La razón: su oposición a la construcción de una mina entre cuyos principales accionistas está la familia de la actriz Carmen Aldama. Justo después de los créditos y de una elipsis de varios años nos reencontramos con Emiliano, el hijo de una de las desaparecidas, y también con más violencia. Sin solución de continuidad se suceden la caída de un joven trabajador que está montando un escenario (para un concierto que promociona la mina, aquí no se da puntada sin hilo) y un policía al que han prendido fuego y que agoniza en el hospital. ¿La causa? Haber descubierto una posible conexión entre los Aldama y la desaparición de la madre de Emiliano. Todo en la película de Amat Escalante es así de sutil, todo es blanco o negro: Escalante desconoce la escala de grises. Por supuesto, Emiliano llega hasta los Aldama y empieza trabajar para ellos, mientras investiga cuál fue el destino de su madre junto a su novia Violeta. Todo esto da pie a alguna escena de sexo (eyaculación incluida, en Escalante siempre domina lo escabroso), sin olvidarnos del narco, que en principio no guarda relación con la historia central, pero estamos en México y hay que poner alguna nota de color local, qué va a pensar el público internacional, ¿una película mexicana que no denuncia el poder de los cárteles?
Hay más, mucho más, particularmente todo lo que atañe al retrato de la familia Aldama, tanto la madre como la hija, dos bellezas casi insultantes (la uruguaya Bárbara Mori y la española Ester Expósito), pero sobre todo el marido, un Artista que denuncia en sus obras el acoso sexual en el cine y que tiene la sospechosa inclinación por la utilización de cadáveres para sus fotografías e instalaciones… A Escalante no se le puede negar que no esconde nada, que pone todas las cartas sobre la mesa y cara arriba. Se le podría reclamar, eso sí, que sus tramas fuesen un poco más elaboradas y que de vez en cuando ocultase alguna de esas cartas, aunque solo fuese en beneficio del misterio de la intriga. Esperanza infundada: Escalante lleva la violencia y este tipo de discurso hasta sus últimas consecuencias, despreciando cualquier atisbo de confianza en la inteligencia de sus espectadores. Jaime Pena