Carlos F. Heredero
Siempre se ha dicho y ya lo sabemos, o deberíamos saberlo: el cine es un espejo de la sociedad en la que nace y del tiempo en el que vive, pero lo más estimulante es que a veces se comporta también como sismógrafo y como vacuna reactiva. Lo podemos ver ahora mismo en algunos de los más estimulantes brotes fílmicos que surgen en diferentes paisajes de América.
Un paisaje cuyo electrocardiograma no puede ser más desazonador: una inquietante sensación de que vivimos sobre movimientos sísmicos impredecibles se extiende de Estados Unidos a Francia, de Colombia a Gran Bretaña, de norte a sur y de este a oeste. El Brexit no estaba previsto, perder el referéndum del acuerdo de paz en Colombia no estaba previsto, la victoria de Donald Trump en Estados Unidos no estaba prevista, la posibilidad de que la ultraderecha francesa gane las próximas elecciones presidenciales tampoco está prevista… ¿o sí?
En medio de tanto caos, de tantos pasos hacia atrás, surgen nacionalismos proteccionistas, políticas xenófobas, reflejos conservadores, espejismos prepolíticos, regresiones sociales… En realidad, siempre fue así en tiempos de crisis y de repliegue, pero la memoria histórica es frágil y volátil. Frente a todo ello, las imágenes del cine unas veces se adelantan, otras ofrecen inteligentes alternativas y las restantes despliegan incesantes búsquedas que son reflejo de las mismas inquietudes.
En Colombia, por ejemplo, el cine asiste desde hace ya varios años a una primavera industrial y creativa que da testimonio de la enorme vitalidad social y cultural de un país que busca con renovada energía caminos de salida a tantos años de guerra. Lo hacía ya antes de los acuerdos de paz y lo sigue haciendo ahora, pese a quien pese, y por eso hemos vuelto nuestros ojos este mes hacia aquella vivísima cinematografía (en nuestro Cuaderno de Actualidad) para radiografiar qué está pasando allí y quiénes son los hombres y mujeres que están dando esa hermosa batalla.
En los Estados Unidos de Obama (que ya no existirán cuando este número de la revista esté en la calle) han resurgido con lacerante violencia los conflictos raciales que el primer presidente negro de su historia no ha sabido ni podido apaciguar y, al mismo tiempo, sus pantallas se han llenado de personajes y de ficciones protagonizadas por negros en nuevos y desconocidos roles, como si el cine norteamericano se hubiera comportado
este último año, a la vez, como alternativa cultural y como sensible sismógrafo del terremoto que se estaba gestando. Por eso nuestras páginas recogen también este mes, en el Gran Angular, algunas de las respuestas que se vienen registrando en este campo.
Y además el cine tampoco se deja encerrar en estrechas, viejas o nuevas fronteras. Creadores del sur y del norte de América cruzan sus miradas en todas las direcciones: un cineasta del sur (el chileno Pablo Larraín) interroga oscuros aspectos de un mito cultural y político de los estados del norte (Jackie); un cineasta del norte (el neoyorkino Martin Scorsese) mira hacia el este para viajar hasta el Japón del siglo XVII, tratando quizás de buscar en un lejano pretérito histórico de qué manera la vivencia espiritual puede ayudar a comprender la sinrazón del presente (Silencio).
La América del sur y la América del norte se radiografian a sí mismas, intercambian miradas, sacan esqueletos de los armarios de la Historia (la propia y la ajena), y buscan en su interior renovadas fuerzas creativas para resistir a los terremotos que se nos anuncian y que ya nos sacuden. El cine sigue en marcha.
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