Hablábamos en el pasado editorial, a propósito de la coincidencia en el estreno de Pacifiction (Albert Serra), Irma Vep (Olivier Assayas) y Crímenes del futuro (David Cronenberg), de la potencialidad de ese gesto que surge de la confrontación entre la palabra y la imagen o de desmontar, descolocar y reescribir las imágenes como mecanismo posible para la evolución artística del medio. Hablábamos de ruptura, autorreferencialidad y compromiso político; o de la pregnancia del concepto del cine-ensayo y de vanguardia, de desafíos a la narrativa e incluso de un cierto estado acabado de las cosas, de un declive melancólico y de la necesidad de plantear la crisis de la teoría y la crítica del cine para seguir avanzando en el pensamiento. Hoy la muerte de Godard ejerce no solo de caja de resonancia con respecto a estas ideas y conceptos en cuyo origen está sin duda su obra, sino que convierte su sentido en algo más hondo, más definitivo. Hoy estos conceptos nos permiten conectar con la idea de esa herencia imposible, la de un autor que siempre jugó al despiste (como dice Carlos Losilla en el texto que aquí publicamos) y que se expande, se dilata y difunde hasta hacerse quizás imperceptible, pero siempre esencial.
“¿Cuál es su mayor ambición en la vida?”, pregunta Patricia. “Llegar a ser inmortal y después morir”, responde el escritor en À bout de souffle (1960). La muerte (y el suicidio), también la del cine, formó parte esencial del pensamiento de Godard. Asumir hoy la del cineasta pone un gran punto final… o quizás no tanto. Porque resulta tentador pensar en la imposibilidad de la muerte de un autor, un pensador, un crítico, un “político, moderno, estratega y guerrero” (en palabras de Nicole Brenez), que volvió a empezar una y mil veces y que, por no morir, renació (e hizo renacer el arte) a través de todas y cada una de sus diversas etapas creativas. Su capacidad para reinventar, revisar, reescribir, reordenar o reconectar es la evidencia fehaciente de la inviabilidad de su muerte. Si, como ha dicho en estos días J. Hoberman (para The Nation): “Godard didn’t make cinema. Godard was cinema”, incluso su suicido asistido puede ser leído como el cierre coherente a toda esa vida-obra de pensamiento y rebelión sin vuelta atrás.
Para Caimán CdC, como publicación crítica directamente vinculada a Cahiers du cinéma, la desaparición del cineasta supone un nuevo paso. No dejaremos sin embargo de seguir su rastro para aprovechar la ocasión y convertirla en la excitante oportunidad, también para nosotros, de ‘reinventar, revisar, reescribir, reordenar, reconectar’… Incluso, como dice de nuevo Losilla, de “buscar, ensayar, seguir adelante, variar el rumbo inopinadamente, contradecirse, dudar, fracasar”: ¡bienvenidas sean las dudas y el fracaso si sirven para seguir avanzando! Y de este modo, podemos asimilar la muerte de Godard como un nuevo inicio más. Alguna vez habíamos tratado de imaginar el alcance que para nuestro medio supondría una noticia como esta. El 13 de septiembre, igualmente desprevenidos, debimos replantear los contenidos de este número desde la primera hasta la última página. Pero el mismo día del fallecimiento de Godard el Festival de Cine de Gijón anunciaba el estreno en sección oficial de Au vendredi, Robinson, la película de Mitra Farahani (productora de El libro de imágenes) que sigue la correspondencia entre el cineasta y Ebrahim Golestan (y que se proyectará también en Zinebi). En aquellos mismos días Filmin notificaba a su vez la adquisición en el Festival de Venecia de los derechos del documental Godard seul le cinéma, de Cyril Leuthy. Más pistas sobre esa prevalencia eterna del cineasta. Ahora será el momento de los homenajes, las retrospectivas, los ciclos… Y nosotros nos reservamos también el tiempo que no hemos tenido este mes para volver sobre Godard en los próximos números. Mientras, el estreno de Fuego, la película de Claire Denis que pasó por el Festival de Berlín, nos permite establecer una última resonancia-homenaje. “¿Me dejas hablar?”, le dice Sara (Binoche) a Jean (Lindon). Y añade: “¿No entiendes que una frase es un aliento?” Ese aliento (souffle), como signo de vida y de muerte, pero también de comunicación y lenguaje, es el que hoy, tras la muerte de Godard y a pesar de todo, nos falta un poco.