Tan fragmentario, poliédrico y camaleónico como su protagonista, este documental que reconstruye la figura de David Bowie es una monumental antología de videoclips, imágenes psicodélicas, performances teatrales, actuaciones musicales, conciertos masivos, fragmentos de películas interpretadas por el cantante, obras pictóricas de este y algunas declaraciones del propio Bowie (la mayoría, brevísimos cortes de un par de frases como mucho), enlazadas por un montaje que trata de reconstruir –con indudable energía y ritmo vibrante– el universo plástico, estético y artístico de una figura ciertamente inabarcable. No se trata de descubrir aquí quién era David Bowie, sino tan solo de dejar constancia de una oportunidad perdida: la que Brett Morgen desperdicia de poder relacionar la obra de Bowie con la cultura juvenil y alternativa de los años setenta, básicamente, puesto que el film –de forma un tanto incomprensible– se centra mayoritariamente en esta época y apenas se ocupa de los años ochenta y noventa de la trayectoria de la estrella. La propuesta nos hace añorar el documental de Todd Haynes sobre la Velvet Underground, capaz de situar a la banda en el contexto creativo, musical y cinematográfico de su propio tiempo, mostrando así las fecundas conexiones entre unos y otros. Morgen se queda muy lejos de semejante logro y entrega, finalmente, poco más que una especie de videoclip gigante (140 minutos) que recoge gran parte del inagotable armario y de los deslumbrantes recursos de Bowie para la ‘representación’ y para encarnar diferentes alter ego sobre los escenarios. Si se trata solamente de disfrutar con su música y con su espectáculo, estamos a favor.

Carlos F. Heredero

Al inicio de la película, David Bowie aparece en un concierto como Ziggy Stardust. Alguien lo define como un ser andrógino, casi un robot. Bowie/Stardust canta Moonage Daydream donde, después de definirse como un cocodrilo o como un papa y una mama protectores, acaba cantando: “l’ll be a rock ‘n’ rollin’ bitch for you”. La película de Brett Morgen nos va a descubrir algunos momentos clave de este cantante de rock, descartando algunos de los tópicos –y vicios– del documental musical. No estamos ante una biografía del cantante –nos enteramos de que nació en Brixton un día de 1947 a media película–, ni tampoco ante una especie de documental de entrevistas a los amigos del mito del pop. La única voz que oímos en el documental es la del propio Bowie que, a partir de múltiples intervenciones no nos cuenta su vida, sino que reflexiona sobre su existencia y propone una visión mítica del mundo. Brett Morgen, autor de la mítica Chicago 10 (2007), donde exploró el uso de la técnica de animación en el documental y de Kurt Cobain: Montage of Heck (2015), en la que mostró la otra cara de Nirvana, no es un documentalista al uso. En Moonage Daydream nos propone una especie de experiencia inmersiva en torno a la imagen caleidoscópica de David Bowie. En vez de estar pensada como un documental, toda la película está concebida como un inmenso videoclip en el que los más sofisticados archivos del cantante conviven con reflejos de un tiempo, clásicos del cine mudo, imágenes de publicidad y transfers de algunos de sus más famosos clips. El cantante resucita a partir de imágenes de universo pop en las que todo se fracciona, como la vida de Bowie, presentada como la historia de alguien que no podía soportar no encontrar un sentido a cada día de su existencia. Lo más prodigioso de la película se produce cuando pasamos del videoclip al concierto y vemos a Bowie entonando, por ejemplo, Heroes, en medio de mil imágenes para después enlazarla con su versión en directo. Quizás Moonage Daydream decepcione a aquellos espectadores que esperan conocer más cosas sobre David Bowie y echen en falta el didactismo propio del género. En cambio, la película funciona para todos aquellos que partir de la imagen de Bowie quieran perderse en su universo. Al final, Bowie nos recuerda que quiso probarlo todo y experimentar con múltiples lenguajes para encontrar su auténtico lugar en un mundo de sensaciones complejas.

Àngel Quintana