Con la primera aparición de Seconda (Barbara Giordano), un golpe provoca un doble desconcierto que fija de inmediato el tono inclasificable de esta cinta: por un lado, el producido al observar desde una cierta distancia cómo una joven y una niña se encaminan hasta impactar la una con la otra; y por otro, ante la dificultad que entraña poder ubicar este episodio en el desarrollo narrativo que está a punto de comenzar.

No hay nada convencional en la vida de Seconda, una mujer atrapada en la casa de sus padres por la agorafobia que padece. Klaudia Reynicke filma cada rincón de este espacio como si se tratase de una fortaleza, cerrando los planos sobre los rostros y creando una atmósfera asfixiante. El exterior es el otro lado del mundo, donde viven los demás, un lugar inalcanzable para esta joven: lo que está al otro lado del teléfono, del televisor y tras la ventana. Pero, a pesar de las cuatro paredes que rodean a Seconda, el muro más infranqueable que separa ambos mundos es su propio cuerpo.

El tacto es, por tanto, el sentido privilegiado en una cinta que constantemente pone de manifiesto la fisicidad de sus imágenes, donde el cuerpo es el principal canal de conexión del individuo con la realidad. Así, la primera escena no solo establece un tono, sino también un paralelismo visual que alude a la dimensión afectiva de esta joven inadaptada tanto frente a los demás como consigo misma: lo que para ella es un refugio y le transmite cierta serenidad (el mono ajustado que la cubre por completo) los demás lo perciben como un signo de excentricidad, incluso de rechazo.

Hay un desajuste entre lo que Seconda necesita y lo que proyecta. Un desajuste kinestésico que transita la locura con coherente sentido, donde cada movimiento es a la vez coreografía de un grito interno y el estigma que la aleja de los demás. No cesan de aparecer los golpes a lo largo de todo el relato: impactos que también forman parte de una puesta en escena que fractura incluso el tejido de la realidad y que termina convirtiendo la narración en un mágico (y doloroso) relato de supervivencia.