En el último largometraje de José Luis Torres Leiva el proceso de creación fílmico es atravesado por la compleja coexistencia del individuo con el duelo que se retuerce en su interior. Atracando en los serenos paisajes de la ciudad chilena de Puerto Williams, Cuando las nubes esconden la sombra configura en el cuerpo de la niña santa de Martel, María Alché, la somatización de las aflicciones fruto de la pérdida. El silencio de la Isla Navarino envuelve a la actriz, insomne por los latigazos incesantes en las lumbares, mientras su perfil encogido habla a la grabadora que sostiene a unos centímetros de su rostro. Sus palabras resuenan en la oscuridad y abstraen a la joven del dolor que la quietud del ambiente propicia en el piwke (corazón en el dialecto de la sanadora yagan que, a plano detalle y apelando a la capacidad sensorial de la imagen, le masajea firme la delicada tez con líquidos purificantes). El paréntesis en el rodaje de la película de María es un reflejo de la atormentada producción del propio Torres Leiva, afectado por el fallecimiento de su madre y de su amiga Rosario Bléfari, a quienes dedica la cinta póstumamente. María, incapaz de comenzar el rodaje en soledad, se adentra en la comunidad, mientras la cámara captura efímeras postales de sincronía entre la argentina y la población local de la isla. Tras acudir a urgencias por los dolores que se deslizan por su columna vertebral, María busca el alivio en una bolsa de agua caliente, mientras la dependienta le relata el fallecimiento reciente de un joven yagan. El cineasta construye, desde encuentros fugaces y aparentemente triviales, un autorretrato del corazón mortificado por la pérdida, una confesión sobre los síntomas físicos que pesan sobre los anímicos, y un documento que mantiene vivos en la memoria a su madre, a Bléfari, y, desde poco más de un mes antes del estreno de la película, también a su padre.
Elena del Olmo Andrade
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