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Dirigir para los actores.
Fernando Bernal.

En su ópera prima, Los dos amigos (2015), firmaba el guion junto al cineasta Christophe Honoré, y ahora escribe en colaboración con Jean-Claude Carrière, ¿cómo fue el proceso de trabajo? Es alguien que tiene mucha experiencia y yo no la tengo. Él tenía ideas mucho mejores que las mías… no tuve más remedio que inclinarme ante su virtuosismo. La película es una comedia, pero no renuncia al drama y al thriller, y yo que soy muy sentimental necesitaba a mi lado un guionista que detestara la psicología. Al principio es algo que me dio miedo, pero al final me gustó mucho.

Y ¿qué le aportó? Algo que me ha enseñado Carrière es que lo más importante cuando uno escribe un guion es velar por el interés dramático. Desde ese punto de vista creo que la película es un logro, porque en todo momento estamos esperando qué va a ocurrir. Y aunque los temas parezcan banales u ordinarios, el suspense siempre está ahí. Como decía Carrière, teníamos que olvidarnos de que él tiene 86 años y yo 34.

Antes hablaba de la mezcla de géneros, quizá uno de los grandes hallazgos del film… Me suelen preguntar en qué género clasifico esta película. Y creo que es una mezcla: pasamos de una escena a otra y de un género a otro. Eso es que lo hace que el film sea seductora y atrayente para mí. Me gusta que tenga un aspecto parecido al cine de Hitchcock, pero también podríamos hablar de referencias a las crónicas de los sesenta o incluso de una reflexión sobre qué es ser padre. En 2018 la paternidad ha cambiado y los modelos familiares son muy variados.   

Y, precisamente, a través de un niño es por donde se cuela ese elemento hitchcockiano en la película, él es quien introduce el suspense… Al principio este niño vive un drama, acaba de perder a su padre o al hombre con el que ha vivido durante años. Y, de repente, llega a su casa otro hombre, que es lo más habitual en la sociedad actual en este tipo de situaciones. Creo que la violencia que siente contra un hombre que va a suceder a su padre es algo que me divertía mucho contar. Para mí era algo delicioso, ver cómo un niño logra ser más inteligente que un adulto. Me gusta mucho Truffaut y él siempre filmaba a los niños como si fueran adultos, pero simplemente más pequeños. Que el niño sea tan maquiavélico es una idea de Carrière.

Acaba de citar a Truffaut, pero la película tiene más conexiones con la Nouvelle Vague… No estoy tan seguro. En cierto modo las películas de la Nouvelle Vague representan un tipo de cine mucho más libre que este, con un fuerte componente de improvisación y, sin embargo, mi película está muy construida. Lo que sí conecta con la Nouvelle Vague es el uso de la voz en off. En el imaginario cinematográfico mundial, la voz en off está estrechamente ligada a la Nouvelle Vague. Y otra conexión, algo sobre lo que yo he reflexionado porque me gusta como espectador, es que las películas de ese momento del cine francés se hicieron con poco dinero y ésta también. La producción a veces tiene una influencia en la forma. En las calles que aparecen en el film no hay figurantes, las calles están vacías, y la acción se basa en pequeños movimientos de los personajes. En este sentido, tengo que rendir homenaje a mi decorador (Jean Rabasse), porque para mí era un reto poner en escena un piso. Es algo que odio en el cine salvo cuando lo hace Almodóvar, porque entonces uno tiene la impresión de que todos los pisos españoles son así (risas). Pedí espacios vacíos, donde los objetos cotidianos permanecieran ocultos, porque si el espectador sale de su salón para ir al cine y se encuentra en la pantalla con el mismo salón en el que vive supone una decepción.

Lleva diez años dirigiendo, entre cortos y películas, ¿cómo se siente tras la cámara y cómo le influye su experiencia previa como actor? Me cuesta mucho autoanalizarme y hacer balance de mi experiencia. Lo que tengo claro es que me resulta muy agradable cuando estoy en el plató y si me canso de ser director, me paso a ser actor. Entonces me convierto de nuevo en un niño. Como dijo Mastroianni, al actor hay que tratarlo como un niño de cinco años. Y cuando estoy agotado de ser niño, vuelvo a ser un adulto detrás de la cámara. Quizá sea más difícil para los otros actores del reparto, que me reprochan que cuando actúo les miro más como director que como actor. El deseo de hacer películas como director es por el placer de estar con los actores: me gusta mucho observarles e indicarles vías que ellos quizá no han detectado.

Entrevista realizada en San Sebastián, el 23 de septiembre de 2018