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Cómo se crea un lenguaje amoroso.
Carlos Losilla.

Esta es una película sobre distancias: geográficas, emocionales, de puesta en escena… Hay un libro de Pier Vittorio Tondelli, Habitaciones separadas, que trata precisamente sobre el amor a distancia. A partir de él empecé a interrogarme sobre lo que fue mi juventud. ¿Cómo contar una historia de sentimientos con personajes que nunca están juntos? La dificultad estaba en pasar desde un personaje al que nunca le sucede nada a otro que está ‘sobrecargado’, enfermo, con un hijo, etc…, y esa distancia debía salvarse a través de un paso ni muy pesado ni muy ligero: lo justo. De hecho, es el espectador quien acaba construyendo mi película, pues en ella hay pocas escenas de pareja. Pero la distancia es también la que yo tomo respecto a unos acontecimientos que tuvieron lugar en los noventa y que ahora debo representar igualmente con justeza, sin excesos. Por edad, cada vez me voy alejando más de esos hechos, y la película era una forma de aceptar esa lejanía, esa distancia que irremediablemente me separa de aquel pasado. Ese yo de mis veinte años se enfrenta a mi yo actual para que este lo deje partir, lo libere.

Y hay otra distancia: entre el pudor y la exhibición de los sentimientos… Hay una película que me ha servido como punto de referencia en este sentido: La mamá y la puta, de Jean Eustache (1973). Es una especie de gran fresco sobre los sentimientos, y la tomé como modelo para contar cómo era el lenguaje amoroso homosexual en los noventa. Existe un lenguaje, entonces, y ese lenguaje es más fuerte para mí que todas las disertaciones sociológicas que se puedan hacer sobre la homosexualidad en aquel momento. Por eso no sentí la necesidad de citar referencias históricas, de recrear aquella actualidad. He querido, al contrario, crear un lenguaje que no fuera natural, ni naturalista, que fuera una creación propia. Me gusta la idea de que, en la película, todos los personajes hablen esa lengua entre sí, que les pertenece a ellos y a nadie más. La cuestión de representar los sentimientos estaba ligada, pues, a la de dar forma a esta lengua que surge de la ficción. He intentado hablar en serio del amor, no como si se tratara de una simple peripecia o de una anécdota… Mis personajes quieren compartir con los de Eustache esa especie de dandismo en absoluto amable con respecto a su época. No militan en nada, no pertenecen a ningún colectivo, al contrario: van en contra de una cierta visión de la homosexualidad contemplada como algo respetable, aceptado por la sociedad. No les interesa eso. Les interesa más Jean Genet que luchar por la legalización del matrimonio gay. Quizá por eso, en Francia, mi película no ha sido muy bien tratada por los medios afines al movimiento LGTB. Pues mis personajes no son ni heroicos ni positivos, no pretenden representar a nadie más que a sí mismos.

Les interesa más una educación sentimental que va de Bernard-Marie Koltés a Truffaut… Provengo de una familia de pequeños artesanos de la Bretaña, pero, a los doce o trece años, el cine empezó a representar para mí algo esencial, una disciplina que seguir. Fue cuando empecé a ver las filmografías completas de Fassbinder, Truffaut, Bergman… También me fascinaba Jacques Demy, claro está. Al mismo tiempo empecé a leer y focalizar mis intereses en Koltés, por un lado, y Serge Daney, por otro, que fueron muy importantes para mí. Antes de saber que algunos de ellos eran homosexuales, yo veía en sus obras, en sus filmes, algo que también me pertenecía: el deseo, la manera de describir o filmar a los hombres… De repente, a partir de los noventa, muchos de ellos ya habían muerto o empezaron entonces a morir de SIDA. Aquella transmisión que había empezado poco antes se estaba interrumpiendo y quedé desconsolado. Cuando te enamoras de alguien, sobre todo en la primera juventud, no solo te estás enamorando de la persona, sino también de todo lo que te pueda enseñar. Por eso me sentía como un amante frustrado, y de ahí viene mi obsesión por los sentimientos en mis películas, y especialmente en esta, que intenta explicar ese proceso de transmisión interrumpido, cuyo centro neurálgico sería la larga escena de la conversación telefónica. Es una manera de pagar mis deudas.

Declaraciones recogidas en el Festival de Sevilla, el 13 de noviembre de 2018