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Javier H. Estrada.

En la crítica de Big Bad Wolves [ver Caimán CdC nº 27], hablábamos de los nuevos tiempos del cine israelí, de esa generación de directores que desde la pasada década está cuestionando con creatividad y exigencia la situación política y social de su país. Llenar el vacío, ópera prima de Rama Burshtein, avanza por derroteros radicalmente diferentes. La acción se sitúa en un área ultraortodoxa de Tel Aviv. Su protagonista, una joven perteneciente a esta comunidad, ultima los detalles de su boda con un hombre de su misma edad y condición cuando la muerte de su hermana altera la hoja de ruta prevista.

A continuación el film se convierte en un artificioso intento por demostrar que un individuo puede hacer uso de su libertad dentro de los estrechos confines de la tradición religiosa. Para lograr su objetivo, la realizadora recurre a un drama de tonos graves y pretensiones edificantes en el que la moral y el sacrificio se identifican como atributos adecuados para el descubrimiento de los sentimientos verdaderos. Visual y emocionalmente melosa, condescendiente e irritantemente reaccionaria en su aproximación a la cuestión de fondo, Llenar el vacío es el reverso exacto de Kadosh (1999). Si en ella Amos Gitai elaboraba un retrato profundo y sin concesiones (aunque manteniéndose siempre respetuoso) de los valores ultraortodoxos, Burshtein propone un recorrido laudatorio por sus diferentes ritos y costumbres.