Sofia Pérez Delgado.

Parece que Xavier siempre tiene que volver a empezar. Hace doce años le veíamos irse a estudiar a Barcelona en Una casa de locos (2002). Tres años después, hacía un repaso a su relación con las mujeres entre París, Londres y San Petersburgo en Las muñecas rusas (2005). Y ahora, como indica el título original de la última parte de la trilogía, Casse-tête chinois, le encontramos tratando de recomponer el rompecabezas que sigue siendo su habitualmente complicada vida, en esta ocasión anclado en la Chinatown neoyorkina. Xavier comenzará, una vez más, a formar parte de una nueva ciudad. Sin embargo, ya no tiene la ilusión ni la curiosidad de la juventud: lo hace porque le obliga la paternidad.

Cédric Kaplisch nos ha mostrado tres etapas de la vida de un hombre y sus allegados, correspondiente a cada uno de los libros que escribe el propio protagonista. Pero, ante todo, ha desarrollado un certero retrato de la inmadurez patológica. En estos años, Kaplisch también ha evolucionado hasta convertir su espíritu espontáneo y amateur en un rasgo de estilo, no tanto exigido por las circunstancias, sino autoimpuesto. Reconocemos sus típicas subtramas, que aquí parecen ya algo desgastadas y repetitivas, forzadas para alargar y conducir la historia hacia el aparente happy ending. Se cierra de este modo un círculo en la vida de Xavier, que termina donde empezó.