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Carlos F. Heredero.

El pasado 17 de enero, la Paramount fue la primera de las grandes majors en anunciar que ya no volverá a estrenar ninguna película en celuloide. Anchorman 3. The Legend Continues (Adam McKay) será la última de sus producciones que tendrá copias en 35 mm, a la vez que El lobo de Wall Street (Scorsese) ha sido el primer título de una major (también Paramount) que se ha distribuido íntegramente en digital. Esto no implica que estas películas hayan podido rodarse total o parcialmente en celuloide (caso del film de Scorsese) o que algunas pocas más –proyectos muy especiales de cineastas con tanto poder como para conseguirlo– puedan seguir haciéndolo en un futuro inmediato (previsiblemente no muy largo), pero sí que su distribución se realizará exclusivamente mediante archivos de ceros y unos comprimidos dentro de un disco duro digital (DCP).

Otros datos: la Fox y la Disney anunciaron ya en 2011 planes equivalentes para detener la producción en cine en el plazo de uno o dos años, como mucho. Item más: a lo largo de 2013, Technicolor ha cerrado sus laboratorios de celuloide de los Estudios Pinewood (Gran Bretaña) y Glendale (California, EE UU). El Festival de Toronto (cada vez más influyente y poderoso en términos industriales) proyectó el año pasado 288 largometrajes de los que solamente tres llegaron en copias cinematográficas. A la sazón, y según el recuento a enero de 2014, ya solo un 8% de las 40.045 pantallas existentes en EE UU siguen todavía hoy sin poder proyectar más que en celuloide.

El ocaso de toda una era parece consumado. Estamos asistiendo, de hecho, a los epígonos residuales de la civilización cinematográfica analógica, cuyos últimos estertores se extinguen a velocidad acelerada. No es una constatación apocalíptica. Nada más lejos de nuestra concepción que entonar un lamento nostálgico por la muerte del celuloide. Esta no es la primera mutación que vive el cine (nació silente y vivió la revolución del sonoro; creció en blanco y negro, pero enseguida empezó a pintarse de colores). Cabe pensar, y hay factores determinantes para ello, que esta nueva revolución es –como quizás hubiera dicho André Bazin– ontológicamente distinta, y a la vez más profunda, que las anteriores, pero también es evidente que abre nuevos y muy estimulantes horizontes a los procesos de fabricación, difusión y disfrute de las imágenes en movimiento.

Como toda revolución, el cambio digital abre innumerables incógnitas, genera no pocas incomprensiones de tinte elegíaco y plantea peliagudos problemas, algunos de los cuales –como el que atañe a la conservación del patrimonio generado en digital– son ciertamente de gran envergadura. Pues bien, en esos desafíos reside lo apasionante de la tarea que todos tenemos por delante: la industria, los cineastas, los historiadores, las filmotecas, los espectadores y los críticos. Nosotros, aquí en Caimán CdC, también queremos aportar nuestro granito de arena, y por eso abrimos, con este número, un foro de información y de debate que, desde las páginas de Itinerarios, irá abordando en sucesivas entregas las múltiples facetas que pone en juego la presente encrucijada. Caminando se hace camino, que decíamos cuando inauguramos, en octubre de 2008, la serie de artículos sobre la crítica cinematográfica. Abramos el campo de nuevo.