La primera película de Zambia programada en el Festival de Cannes, On Becoming a Guinea Fowl, la firma una cineasta nacida en este país africano pero establecida en Gales, Rungano Nyony, que se dio a conocer internacionalmente con la notable I Am Not a Witch (2017), una comedia inesperada sobre las supersticiones en torno a la brujería de las mujeres que todavía anidan en este país. Entre el público asistente a la premiere del film en Un Certain Regard se encontraba Baloji, el director congolés de origen belga que el año pasado presentó en esta misma sección Omen. Ambas películas responden a una nueva tendencia del cine africano poscolonial: las dos están dirigidas por cineastas nacidos en Europa que regresan a los respectivos países de sus padres, ambas comparten una actualización de los imaginarios asociados a lo africano y en los dos títulos también se hace palpable el desencaje que sienten sus respectivos responsables en unos países que sienten como propios pero donde no dejan de ser forasteros.

El arranque de On Becoming a Guinea Fowl no puede resultar más potente. La protagonista, Shula (Susan Chardy), se nos presenta de regreso en su coche de una fiesta de disfraces, ataviada con un vestido y un casco ultracool. Hasta que se ve obligada a parar porque se encuentra con el cadáver de su tío Fred tirado en medio de la carretera. Las conversaciones que mantiene con su padre y la policía desprenden un humor un tanto surreal que pone en evidencia lo absurdo de la situación. Pero, a partir de la organización del funeral por el pariente, la película vira hacia el drama de denuncia. Shula se ve progresivamente arrastrada a cumplir con las obligaciones que su entorno considera debe seguir una mujer en estas circunstancias. Mientras se ajusta con reticencias a las costumbres del lugar va descubriendo los secretos escondidos de su familia y del tío Fred, fruto de una sociedad machista que encubre los abusos. El retrato de sociedad patriarcal que ofrece la película es perfectamente reconocible. Quizá por ello, se echa en falta que Nyony profundice un tanto más en los recursos más personales que otorgan singularidad a la película, el humor extraño, las fugas surreales, la presencia distanciada de Susan Chardy o los diálogos visuales con los vídeos caseros de la infancia de la protagonista, que propician el mejor momento del film, el intercambio de miradas entre la Shula del presente y esa Shula niña que parece reprocharle el silencio de muchos años.

Eulàlia Iglesias