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El debut de Charlotte Le Bon es una libre adaptación de la novela gráfica Une Soeur (Bastien Vivés), que traslada la acción del borde del mar, en Francia, a la orilla de un lago, en Quebec. Y lo hace porque el protagonista es francés y en aquel entorno ajeno se potencia su sentimiento de soledad, alteridad e incomprensión. Porque Falcon Lake es una coming of age que se centra en Bastien, un chico de catorce años que va de veraneo con sus padres a una casa de madera perdida en el bosque, junto a este gran lago. La película se encierra (salimos y entramos de ella a través del recorrido en coche que marca el inicio y el final de las vacaciones) a través de un formato 1:37, para conectar así con la intimidad, la fragilidad, las dudas y la inseguridad de este adolescente que despierta a la vida.

Y lo más llamativo de Falcon Lake es su particular juego con el género del terror. Lo hace, por un lado, a través de una banda sonora que introduce la ambigüedad y aleja las situaciones de ese riesgo, tan propio de este tipo de historias, de caer en la idealización y la nostalgia (la típica secuencia, por ejemplo, del paseo en bici, no es aquí bucólica sino un modo necesario de desahogar la angustia). Pero la película introduce el terror también a través de los fantasmas, que sobrevuelan el relato y que, si bien no son más que habladurías y juegos (a base de sustos), establecen un profundo eco simbólico con el miedo que la adolescencia implica con respecto a uno mismo, a las relaciones amorosas y amistosas, a los roles de género… En definitiva, a ese universo desconocido que pertenece a los adultos y que, indudablemente, asusta. Todos los miedos de Bastien, sin embargo, encuentran un eco aún más profundo en Chloé, tres años mayor que él, con la que establece una relación que fluctúa entre la amistad aún infantil, el cuidado maternal, la sensualidad y el despertar sexual, y que transmite un magnetismo ineludible. Y resulta interesante en este sentido conectar con el modo a través del cual Falcon Lake reflexiona sobre el amor (sea este más o menos correspondido) como mecanismo para superar los propios miedos y crecer.

Antes de terminar, hay una secuencia en el film que no es esencial para el desarrollo de la trama principal, pero que resulta particularmente sugerente (y demuestra la manera sutil a través de la cual el film contiene, en su apariencia sencilla, varias capas posibles de lectura). En ella no solo se recupera el peso de este elemento fantástico y de terror de la película, sino que también se propone una reflexión sobre la invención, la narrativa, el relato y, en definitiva, el cine. En ella Chloé, junto a Bastien y otro chico de la zona, discuten sobre la veracidad de la historia de desapariciones y muerte que siempre cuenta ella. El chico le recrimina su falsedad porque no ha encontrado referencias en Internet, que es, para él, la única vía de acceso a la ‘verdad’. Chloé responde: “las historias, si las sientes, es porque existen”.

Jara Yáñez