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Ricardo González.

Un atractivo de esta nueva versión del cuento popular La Bella y La Bestia es su supuesta semejanza con la obra literaria original respecto de otras cinematográficas, en particular las referenciales de Cocteau y Disney, más libres en su concepción. Pero aun siendo legítima la revisión, se espera vislumbrar una nueva o personal mirada dentro del continente poliédrico de toda fábula clásica.

La Bella y La Bestia de Christophe Gans naufraga en la originalidad de su proposición ciñéndose a una puesta al día digital y grandilocuente del enfoque artístico de la versión de Cocteau, pero disgregando narrativamente lo onírico de lo real (generando vacuas analepsis en forma de ensoñaciones que empobrecen el relato), sustituyendo el deseo por animalidad ecologista y tornando lo mágico a simple hechizo de reminiscencia mitológica. Además, adeuda de Disney las personalidades de Bella y Bestia, más actualizadas, los personajes infantiles y un par de icónicas secuencias, deviniendo en un collage que como rasgo estructural plantea la materialidad, narrativa y metafórica, insuficiente y convertida en superficialidad al no aportar más que un acomodamiento actualizador arquetípico y modal, sin un subtexto sugerente, más allá de un solvente elenco actoral abrumado por la falta de matices de un director más preocupado de la pirotecnia visual a golpe de ciclorama.