Daniel Schvartzman.
Lucas Figueroa ostenta actualmente el Record Guiness al director del cortometraje más premiado (más de trescientos acaparó Porque hay cosas que nunca se olvidan). Con este aval, parece coherente que su salto al cine (ya cuenta con una consagrada experiencia en el mundo de la publicidad y del cortometraje) gire en torno a la idea de la ‘viralidad’, de conseguir de nuevo un máximo, un récord, en este caso de fans a una página web. El protagonista de Viral, Raúl (Juan Blanco), acepta este reto, conseguir 10.000 fans (luego serán 100.000) en menos de una semana, sin salir de las instalaciones de la FNAC de Callao (Madrid), a cambio de un premio de 15.000 euros.
A partir de esta premisa, Figueroa propone una entretenida mezcla de géneros, llena de referencias y clichés, que van desde la comedia romántica y el drama, hasta la crítica social y el suspense. Y a pesar de que la mezcla en un primer momento parece funcionar, finalmente se decanta por la trama de terror, probablemente lo menos original e interesante de la película.
Como ya demostró en sus cortometrajes, Figueroa maneja perfectamente el lenguaje fílmico y el ritmo del montaje para crear momentos de tensión, persecuciones, alivios cómicos y los ya previsibles sustos a los que nos tienen acostumbradas las cintas de terror españolas, norteamericanas y orientales de los últimos años, violines rechinando y graves de ambiente incluidos. Pero abandona en el camino las ideas más interesantes que esboza (y poco más) en la primera parte de la película: sus reflexiones sobre la viralidad, sobre las redes sociales, sobre la obsesión de la sociedad por ‘asistir’ a la vida de otros (“¿Por qué me insultan?”, pregunta Raúl, nada más comenzar la experiencia), sobre la manipulación de los medios y de las grandes empresas, sobre el poder de las audiencias (fans) y a lo que estamos dispuestos a hacer por conseguirlas (poco juego da el personaje de la promotora del evento (Eva Martín), en cuya brevísima aportación apenas sí podemos vislumbrar alguna conexión con la mucho más despiadada Faye Dunaway de Network). Todas estas cuestiones acaban siendo meros apuntes dirigidos más a justificar la presencia de este ‘friki’ en el entorno de la FNAC (entorno que por otra parte no promete mucha acción), que a proponer un debate.
Tampoco profundiza en el drama del padre inválido, o en la relación fraternal con el primo (un irritante Miguel Ángel Muñoz), ni siquiera en la forzada relación amorosa con una cajera (la cada vez más interesante Aura Garrido de Planes para mañana, Los ilusos y Stockholm) o en el antiheroísmo de un protagonista debilucho, claustrofóbico, en paro y ‘friki’, obsesionado con La guerra de las galaxias (su mascota se llama Chewbacca) y que lleva gafas de Clark Kent, en un extraño intento, se podría pensar, por ser Superman.
Obviamente, Figueroa apunta hacia un público juvenil, menos interesado en debates o reflexiones que en un entretenimiento consumible y eficaz, como queda evidente en la selección del género, del reparto e incluso del tema principal, a cargo del popular grupo, Auryn. Y, sin embargo, la película se acerca mucho más a un tipo de terror algo manido y ya superado por las nuevas generaciones (se dice que el terror es el género que envejece más rápido) que a las nuevas propuestas españolas (“Rec 3”) o norteamericanas (“The Conjuring”). En este sentido, la película más bien nos remite al Scream de Wes Craven, El reino de Lars Von Trier (o a su remake norteamericano, Hospital Kingdom, de Stephen King), e incluso a Los cazafantasmas de Ivan Reitman, en la figura de ese espíritu empeñado en tirar libros y CDs al suelo (y poco más), para irritación de los empleados y susto del protagonista.
Tal vez el aval del Record Guiness pese demasiado sobre la cabeza de Figueroa, e intentando contentar a todo el mundo, recogiendo piezas sueltas de las fórmulas comerciales de más éxito, acabe por no satisfacer a nadie. Figueroa sabe manejar la cámara, incluso parece apuntar un estilo personal (más evidente en sus cortos, Porque hay cosas que no se olvidan, Boletos por favor o la más interesante Prólogo), pero parece más preocupado aquí en demostrar que sabe hacer una película, que en hacer cine.
En una anécdota musical, un maestro anciano le da su opinión a un niño prodigio sobre la difícil obra que éste acaba de interpretar a la perfección: “tocas muy bien el piano”, dice el profesor, “algún día puede que toques música”. Veremos.
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