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No espere demasiado de la vida” es lo que el inspector de policía le aconseja a Boris Robic, el hombre que acaba de recibir dos disparos fallidos a través de una ventana. Inventura se abre con un movimiento circular de cámara, una panorámica que muestra las zonas ajardinadas y el barrio tranquilo en el que se encuentra la casa de Boris. A ese mismo espacio volverá compulsivamente el protagonista de este relato en busca de respuestas, observando del mismo modo que ya hiciera la cámara inicialmente en su arranque. El primer largometraje de Darko Sinko sigue los mismos mecanismos que subyacen en la dinámica del cluedo, apoyándose en la capacidad del ser humano para fabular y en la facilidad con que se instalan las sospechas en la mente humana. Por eso no es de extrañar que, como mandan las reglas del juego, sea necesaria una lista de posibles sospechosos capaces de acometer el crimen dirigido hacia Boris. Amigos, conocidos, familiares y todo aquel que forma parte de su vida queda bajo sospecha y forman parte de un particular (y disparatado) inventario de asesinos en potencia. Resulta cautivadora la forma en que el realizador transita de la intriga policial al drama psicológico, donde la paranoia se apodera de toda lógica y mediatiza la forma en que se mira el mundo. Sinko no abandona el punto de vista desde el que se presenta la narración (el de Boris), sumiendo al espectador en su desesperación y en su sospecha. En un momento dado, él mismo tendrá que describirse a sí mismo a petición del agente. El retrato que realiza contradice la imagen que el cineasta va a ir componiendo a medida que la investigación siga su curso, una contradicción que en realidad está en la base de todas las relaciones sociales: nunca es posible llegar a conocer del todo al otro.