¿Qué está mirando en realidad Takuya cuando ve a Sakura ejecutando una danza sobre hielo que lo deja fascinado? ¿Está enamorado de ella o solo asombrado, hechizado, por la combinación de levedad y ligereza que exhibe la demostración de la muchacha? Takuya es torpe y tartamudo, como su padre, pero también un alma sensible: en las primeras imágenes del film, se maravilla ante los primeros copos de nieve que anuncian el invierno. Pues este segundo largometraje de Hiroshi Okuyama –tras la notable Jesus (2018)– es una película invernal, contada en voz baja y con extrema delicadeza, casi una fantasía sobre adolescentes inadaptados al son del Claro de luna de Debussy. Y también un relato taciturno en torno al amor y las contradicciones de los afectos, un mundo etéreo que se desmorona cuando Sakura ve al profesor de patinaje que los está entrenando, Arakawa, bromeando con su novio en el interior de un coche.
En efecto, es entonces cuando la película pierde el equilibrio. Primero en un sentido metafórico, pues surgen los malos instintos, la inquina de una sociedad cerrada sobre sí misma –un pueblo perdido en el Japón profundo– que provoca que la belleza de los gestos logrados por el trío protagonista se convierta en caos, en desencuentros, en el fracaso de su proyecto. Y segundo en un sentido literal, en lo que se refiere a la propia película, pues Okuyama ya no puede mantener en pie la ingenuidad y la pureza que habían reinado en sus imágenes hasta el momento y entonces recurre al subrayado, a la solución melodramática: ya no es una película inocente, sino una película que quiere ser inocente a toda costa, lo cual no es lo mismo. De todos modos, My Sunshine, con sus canciones pop y su melancolía juvenil, resulta por momentos conmovedora, por momentos de una finura de líneas que se refleja en sus propios referentes, que van del cine juvenil de Hollywood al manga y el anime. Y, en fin, su relación con todo ello es parecida a la que la cámara mantiene con el movimiento de Sakura en la pista, mientras oímos el Claro de luna en varios momentos de la película: es consciente de que ese tipo de escenas ya no se pueden filmar y, sin embargo, lo hace, a sabiendas de que está filmando solo una bella fantasmagoría.
Carlos Losilla
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