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Una rareza, tanto que el propio catálogo de la Quincena lo define como cuento a medio camino entre Las 1001 noches y Ubu Rey, pero también como “una película barroca y excesiva” en el espíritu de los nuevos cines de los sesenta y setenta. Y es cierto: esta película en blanco y negro (más dos planos en color por el medio y otros dos al final) remite a otra época, a un cine que no teme a los simbolismos ni a las metáforas, por más que estas nos puedan resultar incomprensibles. De hecho, sus personajes habitan un mundo que bien pudiera corresponder a cincuenta años atrás, un universo totalmente analógico, una suerte de autocracia en la que dos jóvenes intentan ganarse la vida lo mejor que pueden, pensando solo en huir algún día. Nunna está forzada a prostituirse, mientras Abdo cava en un terreno baldío enterrando cadáveres y buscando tesoros. También, y esto es lo más importante, Abdo es un músico que experimenta con distintos tipos de percusiones, casi todas elaboradas a partir de elementos caseros, y grabaciones sonoras en cassettes. En el fondo, este es el universo que convoca Hala Elkoussy con su película y con sus poderosas imágenes filmadas en celuloide: un cine que renuncia a la última tecnología y que se sirve del reciclaje para volver al espíritu de los revolucionarios, esos que conformaron el programa de las primeras ediciones de la Quincena.

Jaime Pena