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Nuevo giro en la filmografía de Jaime Rosales. Después de Petra (2018), estrenada en Cannes y presente también aquel año en la Sección Perlas de San Sebastián, Girasoles silvestres muestra –quizás solo en apariencia– una voluntad de apertura hacia un cine más narrativo y hacia un espectro más amplio de espectadores, aunque si miramos atentamente sus fotogramas acabamos descubriendo, en su découpage, en su manera de mover la cámara y también en la manera de construir los diálogos, idéntico parti pris teórico que constriñe, no siempre para bien, estas dos últimas ficciones suyas. El ‘constructo’ narrativo aparenta ­–en un nuevo gesto equívoco– contar la historia desde la perspectiva de tres hombres cuyas dificultades para asumir la paternidad y cuya masculinidad parecen objeto de la radiografía crítica propuesta por el film, pero en realidad la historia entera se diría contada, con varias licencias, eso sí, desde la perspectiva de Julia (Ana Castillo), una joven madre de dos niños, en sus relaciones sucesivas con los tres personajes masculinos cuyos nombres ocupan el centro de la pantalla al inicio de cada uno de los tres segmentos del relato.

Rosales consigue, es indudable, ciertas dosis de ‘verdad’ y de emoción en algunas de sus pinceladas, y también proyectar –en conjunto– un calidoscopio inquietante sobre diferentes modelos de masculinidad tóxica, finalmente redimida en el desenlace del tercer bloque. Con todo, el principal riesgo de la propuesta deriva de servidumbres no muy diferentes de las de Petra: unos diálogos que no acaban de ser ‘encarnados’ de manera orgánica por los actores (quizás por el exceso de carga denotativa que aquellos comportan), unos movimientos de cámara demasiado homogéneos que parecen responder más a una decisión apriorística que a las necesidades expresivas de cada situación y, sobre todo, de un ‘diseño’ narrativo premeditado por el cual los cambios de estado de ánimo de los personajes y su evolución emocional parecen movidos esencialmente a golpe de guion, sin llegar a conformar, en las imágenes, una credibilidad o una coherencia interior. Y algo similar parece ocurrir con el ‘diseño’ musical, algunas de cuyas elecciones se superponen sobre las imágenes sin llegar a integrarse con ellas. Pese a todo, la evolución de la filmografía de Jaime Rosales es lo suficientemente interesante y atípica como para seguir prestándole una cuidadosa atención que los Girasoles silvestres no hace sino justificar y venir a confirmar.

Carlos F. Heredero