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Enésima versión de la historia de un profesor voluntarioso confrontado a los jóvenes adolescentes de una clase en rebeldía, insertos y a la vez consecuencia de una conflictiva realidad social marcada por la pobreza, la marginalidad y las drogas, El suplente (nuevo largometraje del argentino Diego Lerman, cineasta de habitual presencia en el festival donostiarra) nos cuenta un relato que ya conocemos y que hemos visto ya otras veces en versión francesa y americana, cuando menos, ya sea en las calles de la banlieu parisina o en escenarios del Bronx. Lerman filma la versión argentina de esta problemática tomando como protagonista al profesor suplente de literatura que llega a un instituto y que habrá de enfrentarse, simultáneamente, al desinterés de los chavales por la asignatura, a la dura realidad social de su entorno, a la desestabilización emocional que le genera la ruptura de su matrimonio, a la enfermedad de su padre, a la rebeldía de su hija y al hipotético horizonte de una nueva relación amorosa. Demasiados palillos que tocar, demasiadas tramas (más propias de una serie televisiva convencional que de un único largometraje) para conjugar dentro de una realización tan solvente como académica, tan esmerada como previsible, y que no evita caer en algún que otro tópico de manual, incluido el desenlace más previsible que todos podemos imaginar (amén de impostado). No hay apenas nada nuevo en el interior de un film que se sostiene, esencialmente, sobre la credibilidad de sus actores: con Juan Minujín como protagonista y con Alfredo Castro y Bárbara Lennie a su lado. Poco más.

Carlos F. Heredero

“Nadie se salva solo”, se empeña en decir el protagonista y también los muros del comedor fundado por su padre. El suplente no es una película más centrada en el profesor de un centro conflictivo y sus alumnos, sino, sobre todo, un homenaje a la constancia, una carta de amor a una actitud ante las cosas. La vida de Lucio parece desmoronarse en todos sus aspectos: un instituto lleno de dificultades, un matrimonio que ha terminado, un padre enfermo, una hija rebelde y una carrera como escritor que se estancó casi al principio del camino. Pero el personaje sigue adelante, intenta estar presente en todos los conflictos que suceden a su alrededor, se olvida de sí mismo, cree que si salva a los demás todo habrá merecido la pena.

Diego Lerman representa este sacrificio personal filmando a su antihéroe a través de espejos que devuelven una imagen deformada del personaje, a través de los resquicios de las puertas o de pequeños huecos entre los muros. A veces se acerca a su rostro para recordar que sigue ahí, que el mundo no lo ha devorado del todo. Los planos se vuelven más largos conforme avanza el relato como forma de acompañar la constancia del protagonista, su tesón incansable aún cuando todo invite a darse por vencido. La película finaliza con un plano secuencia en mitad de una persecución más propia de una película de acción que de un relato como este. Pero en esa comunión entre la duración de las imágenes y la determinación de Lucio hay algo hermoso.

Jonay Armas