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Un ópera prima que pudiera no ser tal, por más que este sea un concepto cada día más conflictivo. Isabel Lamberti, nacida en Alemania, tiene ya cierta experiencia como cortometrajista o directora de series en Holanda. Y este bagaje se percibe en La última primavera, una docuficción sobre una familia de la Cañada Real que va a ser desalojada, los Gabarre-Mendoza. Precisamente es el término de ‘docuficción’ (vamos a aceptarlo como tal para no enredarnos en una discusión sobre las permeables fronteras entre ficción y documental) lo que Lamberti lleva a unos extremos de perfección ciertamente admirables. Los Gabarre-Mendoza, ya sean los padres, los hijos o la familia y vecinos son más actores/personajes que personas reales, en el sentido de que actúan, por más que su actuación no sea otra cosa que una representación de su propia vida. Y lo hacen con una naturalidad pasmosa, incluso en los momentos más dramáticos, esos en los que los límites entre documental y ficción pueden ser más ambiguos.

Tenemos a la familia y también tenemos un arco temporal y dramático. La familia va a ser desalojada de su vivienda, una chabola que el padre fue construyendo poco a poco a medida que la familia iba creciendo (los hijos, ahora también un nieto). Como se dice en algún momento de la película, “cada veinte euros que ganaba, diez iban para los niños y diez para la casa”. Es la última primavera del título, nunca sabremos si rodada en tiempo real o ‘reconstruida’ a posteriori, tampoco importa. Toda esa misma zona de la Cañada Real está siendo demolida, pues alguien ha comprado esos terrenos. Es el mismo proceso de ‘rehabilitación’ urbana o, directamente, de especulación que hemos visto en tantas películas de las dos últimas década, desde No cuarto da Vanda al cine de Jia Zhang-ke, pasando por En construcción. Y son estos modelos los que le vienen muy grandes a La última primavera, una película a la que le falta una mayor ambición (quizás no tanto dinero como tiempo) para convertirla en algo más que un retrato de una familia concreta, algo que la puede reducir a lo meramente anecdótico. Más que una película sobre los Gabarre-Mendoza, uno esperaría una película sobre toda una comunidad y una forma de vida, la Cañada Real, una película con el aliento épico y crepuscular que su título parecía anunciar.