Carlos F. Heredero.
Se cumplen este mes, cuatro días después de que Cahiers du cinéma- España salga a la calle, cincuenta años de la muerte de André Bazin. Es un aniversario que resuena por partida doble, porque ya en abril de este mismo año se habían cumplido nueve décadas desde su nacimiento, y no es precisamente una efeméride cualquiera.
De la práctica crítica y de las iniciativas editoriales de Bazin nació, para empezar, Cahiers du cinéma, nuestra revista-madre. De su manera de entender el cine y de su tutela paternal se alimentaron, en buena medida, los artífices de la Nouvelle Vague. De sus teorías cinematográficas y de su cosmogonía fílmica somos todos, los ‘cahieristas’ y los ‘no cahieristas’, inevitables herederos. Nuestra consideración de las formas fílmicas, nuestro entendimiento del cine clásico americano y nuestro concepto de la autoría (los nuestros y los de toda la cultura occidental del último medio siglo) son deudores inequívocos –con mayor o menor vinculación, de forma explícita o tácita– de sus desarrollos en torno a la “política de los autores” y a la teoría de la “puesta en escena”. Nuestra propia manera de acercarnos a la obra de Orson Welles, sin ir más lejos, tiene anclada en una memorable entrevista suya, compartida con Charles Bitsch (Cahiers du cinéma, nº 84; junio, 1958; y nº 87; septiembre, 1958), fuertes raíces que todavía hoy resultan insoslayables.
Y de Orson Welles se trata también. Porque los ecos de los aniversarios resuenan entre sí y se iluminan mutuamente ahora que se cumplen, a la vez, cincuenta años de la aparición de Sed de mal (Touch of Evil, 1958). Las teorías de Bazin sobre la profundidad de campo y sobre el montaje en el interior del plano arrojan luz sobre el papel que juega, en la Historia del cine, la última película realizada por su autor en el marco de Hollywood. Y es precisamente la consideración de Sed de mal como “un cruce de caminos en el que el cine del pasado augura el del futuro agotándose en sí mismo”, como una obra-matriz que “nos muestra una alternativa a la historia oficial del cine, o por lo menos su otra cara” (aquella en la que “los períodos se diluyen para dejar paso a ciertos flujos de imágenes y conceptos que tampoco saben de fronteras”, como muy bien explica Carlos Losilla), la relectura actual que nos permite conectar, simultáneamente, con las encrucijadas que vive hoy en día la crítica de cine y con dos esenciales, reveladoras películas que se estrenan este mes.
Con la situación de la crítica y con el papel de los críticos, porque esta manera de leer hoy Sed de mal responde a nuestra obligación de dilucidar aquello “por lo que una obra contribuye a las menguadas reservas de la inteligencia moral”, como nos conmina Georges Steiner y nos recuerda Santos Zunzunegui. Y con esas dos películas, porque un subterráneo cordón umbilical relaciona el film de Welles, a su vez, con ese flujo siniestro que palpita bajo las secas imágenes de La cuestión humana (Nicolas Klotz) y con la memoria que se embalsama en las vitrinas museísticas de Las horas del verano (Olivier Assayas), puesto que la crítica de cine, para merecer realmente dicha consideración, está obligada también (Steiner, de nuevo) a “dar un juicio sobre el cine contemporáneo”.
Te puede interesar
Este mes