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Carlos F. Heredero.

Cinco películas españolas, entre cuantas han llegado a las pantallas en los últimos meses, pueden ofrecernos un provechoso espacio para la reflexión sobre los caminos creativos que atraviesa en la actualidad el cine de nuestro país. No son las únicas que se han estrenado, por supuesto, pero sí son las que –por diferentes razones en cada caso– emergen con más nitidez como destacadas opciones suficientemente representativas de algunas de las más relevantes opciones en liza: Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar), La trinchera infinita (Jon Garaño, Aitor Arregui y José Mª Goenaga), Lo que arde (Oliver Laxe), Longa noite (Eloy Enciso) y La hija de un ladrón (Belén Funes); cinco títulos que nos hablan, alternativamente, de rémoras que se arrastran y de esperanzadoras apuestas de futuro.

Una consideración que plantea en este mismo número Carlos Losilla sobre Longa noite (Premio de la Crítica Independiente en Locarno) nos lleva directos al meollo de la cuestión cuando explica que, si la película de Eloy Enciso es importante para nosotros, “es porque parece convencida de que una ficción renovada, en el contexto del cine español, tiene que pasar por la aniquilación de las convenciones dramáticas de siempre y promulgar el retorno al grano y la textura, la voz y la imagen, el plano y el corte”. Son ideas y valoraciones que podrían predicarse también a propósito de Lo que arde, el notable trabajo de Oliver Laxe (Premio del Jurado en la sección ‘Un certain regard’ de Cannes), a la sazón fotografiado –como el film de Enciso– por Mauro Herce, a quien entrevistamos aquí precisamente por el decisivo papel que juega, dentro de ambos títulos, en la definición de la textura de la imagen.

También comparece este mes en las pantallas una ópera prima especialmente valiosa: La hija de un ladrón (notoria conquista de la debutante Belén Funes; Premio a la Mejor Actriz en el Festival de San Sebastián), capaz de poner sobre la pantalla un relato estrictamente conductista, radicalmente ajeno a la rutinaria mecánica psicologista habitual y, por fortuna, despojado de todo diálogo explicativo o connotativo, esos dos venenos que en definitiva convierten a las otras dos producciones antes citadas (Mientras dure la gwuerra y La trinchera infinita) en sendas películas que arrastran los defectos más rancios y las limitaciones más obvias de las viejas ficciones historicistas de la vieja cinematografía española. Dos obras que surgen de la industria tradicional, pero que se aferran a los asideros más conformistas de ese cine que banaliza el pasado al convertir su representación, como dice Losilla, en un ‘chillón teatro de marionetas’.

Hay en las imágenes de Lo que arde, Longa noite y La hija de un ladrón (tres obras muy diferentes entre sí, nacidas de otras tantas y personalísimas voces creativas) un común sustrato de contemporaneidad formal, una voluntad compartida de dialogar con lo más vivo del cine actual, un deseo implícito de bucear en los pliegues del lenguaje cinematográfico sin dejarse atrapar por las comodidades de siempre, por las falsillas ambientales de arcaicas concepciones representacionales, por fatalistas diagnósticos maniqueos impuestos desde fuera o por simplificaciones propias del Reader’s Digest, utilizadas a modo de gratificante recetario para audiencias convencidas de antemano. 

Películas que no ilustran discursos predeterminados, obras más interesadas en plantear preguntas que en adornar respuestas. Ficciones para seguir buscando sin cesar y para no conformarnos con lo de siempre. Cine para nuestro aquí y ahora. Imágenes del presente y para el presente, gozosamente abiertas hacia el futuro.