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Existe una equilibrada belleza entre lo narrado y lo mostrado en The Tale of King Crab. Una belleza formal, tridimensional y orgánica en sus texturas, terrosa y palpable en una obra que honra la tradición oral, la reunión de las comunidades alrededor de una mesa para la transmisión de leyendas, relatos y folklore y que consigue activar los sentidos del espectador a partir de su belleza naturalista e hipermagnificada. Relato estructurado a partir de dos historias con un protagonista compartido y complementario, donde la hibridación entre la tradición del realismo mágico latinoamericano y la herencia del cine de Pasolini y los hermanos Taviani da lugar a dos tonos diferentes y a una construcción orgánica que va transformando las formas y el tono del largometraje.

Una mutación o transformación que también se traslada a la puesta en escena del largometraje, donde la pluralidad de influencias, tonos y estilos que van desde la fisicidad salvaje y visceral del cine de Werner Herzog a los estallidos de violenta cinética a la manera de Sergio Leone, culminando en una suerte de epifanía mística y religiosa. El resultado, una obra que potencia los sentidos y que permite a sus espectadores percibir el olor de humedad de la hierba o de la pintura desconchada, la sangre, el sudor y el alcohol exudado por su protagonista. Una obra profundamente física y primer trabajo de ficción de su pareja creativa, el duo de documentalistas compuesto por Alessio Rigo de Righi y Matteo Zoppis.