Enric Albero

SIN FIN (César Alenda, José Esteban Alenda)

Viendo la puesta de largo de César y José Esteban Alenda es imposible no pensar en que estamos ante un sucedáneo de Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004). Esta tragicomedia romántica injertada de ciencia ficción –aquí el viaje temporal sustituye al borrado de memoria del guion de Charlie Kaufman– resulta tan chocante como su propio planteamiento. En una película cuyo mayor hallazgo visual es el plano-resumen de Javier multiplicado por el espejo del ascensor, la mezcla genérica termina por convertirse en una pelea referencial a todos los niveles. Expliquémonos mejor. Javier (Javier Rey) es la versión ‘cañón’ de Sheldon Cooper (Jim Parsons): un nerd sin filtro y con dificultades para las relaciones sociales. María (María León) es una aspirante actriz con tanta chispa como problemas de autoestima (y un trauma a cuestas). Ambos forman una pareja improbable que el esfuerzo de los actores trata de convertir en realidad. Primera colisión.

Sin entrar a discutir las paradojas temporales que plantea la película (y las soluciones que ofrece), el retorno al pasado de Javier para enmendar sus problemas y arreglar su relación repitiendo punto por punto todo aquello que hicieron el día que se conocieron, hace que presente y pasado se alternen. Para suturar esas dos temporalidades y alcanzar la unidad sin perder de vista el origen romántico de la propuesta, los realizadores recurren a una partitura de Sergio de la Puente. El grado de intrusión musical es tal, hay tantas y tantas notas, que ahoga unas imágenes que no pueden respirar por sí mismas (por no hablar del énfasis con que adornar determinadas secuencias). Segunda colisión.

La mezcla de referentes es tan dispar como sus protagonistas: de Chejov a Manolo Escobar, de la teoría de cuerdas a MacGyver, de la deconstrucción autoconsciente de un videoclip de Mecano a la formulación teórica de una máquina del tiempo. Y así vamos de la confusión a la sorpresa, pasando a veces por el asombro y otras por la irritación. Tercera colisión.

En resumen, esta película sobre la caducidad del amor en los tiempos del acelerador de partículas hace de sus protagonistas su propia metáfora: son los representantes de dos mundos tan diferentes que es imposible que la cosa funcione.

BENZINHO (Gustavo Pizzi)

7 Benzinho

La puerta de la casa de Irene (Karine Teles) se queda atrancada. Es imposible abrirla, así que a ella, a sus cuatro hijos y a su marido les va a tocar salir por la ventana. Ese improvisado gesto relacionado con un acto tan prosaico esconde una metáfora sobre la capacidad del ser humano –pero sobre todo de la mujer– para adaptarse a cualquier contratiempo.

Benzinho es mucho más que un melodrama familiar, el género solo es el envoltorio de una reflexión más profunda sobre un Brasil depauperado y sobre el titánico esfuerzo que las familias de clase media tienen que hacer para (sobre)vivir en país que invita a la huida como única solución a un derrumbe ineluctable. La épica laboral y la tragedia urbanística van salpicando una película que se vale de la marcha del primogénito a Alemania para jugar en un equipo de balonmano como espoleta para hacer estallar conflictos de carácter estructural (su discurso sobre el machismo atávico y sobre el clasismo es impecable).

Karine Teles, que además firma el guion y figura como productora, se marca una actuación antológica, pero los méritos de la obra no se reducen a la portentosa interpretación de su protagonista. El uso de la música como contrapunto y como marcador tonal que aporta información a las imágenes y no se limita a acompañarlas o a subrayarlas, los estallidos de violencia que cierran secuencias cruciales (y alteran la forma de film: piensen en la escena del bar, rodada en plano secuencia hasta que una palmada sobre la mesa motiva el corte) o la naturalidad de los diálogos hacen que el tercer largometraje de Gustavo Pizzi abra un debate sobre el estado de la nación mientras parece que habla de los dilemas de una madre trabajadora y recién graduada.