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Cristina Aparicio

EL BAR (Álex de la Iglesia) (Fuera de concurso)

Una calle típica de Madrid, 9 de la mañana. Tras una breve inspección del lugar, como si tanteara, dudara o (quizá) eligiera, la cámara se va deteniendo en una serie de personas que transitan por allí. Un plano secuencia construido a partir del cruce de personajes es el comienzo de El bar, y el preludio sobre el que se sustenta todo el relato. En su nuevo trabajo, Álex de la Iglesia continúa la dinámica de prólogos sintéticos y anticipatorios que tan certeramente desvelan parte del sustrato sobre el que edifica sus historias: si en La comunidad la cámara recorre con un travelling el edificio que será escenario del claustrofóbico hábitat de avaricia compartida, o en Mi gran noche un efectivo uso del montaje deja al descubierto los engranajes de la grabación del número musical para denunciar la espectacularización mediática, y en Las brujas de Zugarramurdi la persecución de estatuas humanas vaticina el ritmo vertiginoso de una narración donde la ficción enmascara el cuestionamiento del sistema patriarcal; aquí, con la mirada puesta en sus personajes, y en sus particularidades, el motor de la diégesis serán los diversos puntos de vista del dispar grupo confinado en un bar cuando, afuera, sucede algo que los sume en la incertidumbre. 

El asesinato de un hombre en la puerta del bar (a causa de un disparo de origen indeterminado) inicia una acelerada sucesión de acontecimientos en su interior, marcando una primera parte del relato centrada en el miedo y el desconcierto de los allí presentes. Este aislamiento forma parte de la lógica de un dispositivo formal que refuerza el peso de la palabra y la confrontación por encima de la acción, mérito de un sólido guion coescrito, una vez más, con Jorge Guerricaechevarría, en el que la sátira social se adereza con toques de humor negro. Las especulaciones se van amontonando dentro y fuera de la pantalla: mientras los personajes intuyen las causas (y consecuencias) de su reclusión, el espectador presencia cómo el thriller va dando paso a un género más cercano al terror y a lo grotesco sin abandonar en ningún momento el escenario.

Es aquí, en esta mutación de género, donde da comienzo la segunda parte del film. Con  su particular puesta en escena, el estilo personal del cineasta permite conjugar elementos del costumbrismo español (un castizo bar de la capital, tragaperras y fritangas incluidas) con la dosis justa de elementos fantásticos (o más bien la posibilidad de ellos) que, combinada con su capacidad para retratar lo macabro, alcanza unos niveles magistrales de realismo esperpéntico cuyo punto álgido llega con el embadurnamiento de varios personajes con litros de aceite de cocina, convencidos de que ahí reside su única vía de escape y supervivencia.

Álex de la Iglesia encuentra la forma de orquestar un desenlace sólido, coherente y controlado, frente al ‘todo vale’ presente en algunos de sus anteriores largos. Sin poder –ni querer– desprenderse del habitual absurdismo con el que el director construye su particular retablo de la mediocridad, El bar se adscribe a esa filosofía de insignificancia donde rige la ley del más fuerte y triunfa la máxima ‘el hombre es un lobo para el hombre’. Toda una lección de cine como crudo retrato de la realidad.